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EL FERROCARRIL DEL BIDASOA, EN SU CENTENARIO (VII)

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Vista general de la estación de Irún-Kostorbe. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

EL CORAZÓN DEL FERROCARRIL DEL BIDASOA

La estación de Irun-Bidasoa, también conocida como Irun-Mendibil o Kostorbe, se convirtió en el corazón del ferrocarril del Bidasoa. Levantada por la compañía inglesa que construyó el tren minero de Irun a Endarlatza, contaba con un magnífico edificio, que pronto fue aprovechado para el nuevo servicio de viajeros. Su llamativa torre, presidida por un reloj en cada una de sus caras, fue desmantelada en los años veinte.
Edificio de viajeros de la estación de Irún-Kostorbe. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

La estación de Irun-Bidasoa también contaba con un taller dotado de la maquinaria necesaria para realizar el mantenimiento de las locomotoras, coches y vagones del ferrocarril, así como un cocherón para proteger a los vehículos estacionados.
Cocherón de la estación de Irun. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Irun-Bidasoa contaba con una importante playa de vías, que sumaban una longitud total de 3.850 metros, sumando las cuatro vías de paso y las vías de servicio de cocheras y puente giratorio. Además, contaba con un ramal para el trasbordo de mercancías a los trenes de la Compañía del Norte y otro para acceso al importante cargadero de mineral sobre las vías de Norte y Midi.

Locomotora "Ville d'Irún" construida en Suiza. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

SUIZAS, INGLESAS Y ALEMANAS

La primera locomotora de vapor en el valle del Bidasoa fue construida en Suiza, por la firma SLM, para el ferrocarril minero de Irun a Endarlatza, en 1883. Fue bautizada como “Ville d’Irun”. En 1902 llegó una nueva máquina al tren minero, la “Amézola” construida en Gran Bretaña por la empresa Kerr Stuart. En 1916, ambas fueron adaptadas al ancho de vía métrico y continuaron trabajando en el Ferrocarril del Bidasoa hasta los años cincuenta.
Locomotora "Amézola", de construcción británica. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

El ferrocarril del Bidasoa adquirió cuatro grandes locomotoras de vapor, construidas en Berlín por Orenstein & Koppel en 1914. Afortunadamente, llegaron a Irún antes de que estallase la Primera Guerra Mundial. Dado su gran tamaño y potencia, parece que no estaban diseñadas únicamente para el pequeño tren de Irun a Elizondo sino que se habían proyectado con vista a la futura ampliación de la línea hasta Pamplona. Fueron bautizadas con los nombres de “Guipúzcoa”, “Navarra”, “Álava” y “Vizcaya”.
Vista de una de las Orenstein & Koppel del Ferrocarril del Bidasoa. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Junto a estas locomotoras, en 1915 el Ferrocarril del Bidasoa adquirió de ocasión, a la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados, una locomotora construida en 1892 por la firma inglesa Nasmyth & Wilson, que fue utilizada en las obras de montaje de la vía y, posteriormente, en los ramales mineros. Esta máquina, bautizada con el nombre de “Zarauz” era idéntica a la “Aurrera” que, en la actualidad, se conserva en activo en el Museo Vasco del Ferrocarril de Azpeitia (Gipuzkoa).
Locomotora de vapor "Zarauz", gemela de la "Aurrera" del Museo Vasco del Ferrocarril, adquirida de ocasión a la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril




EL FERROCARRIL DEL BIDASOA, EN SU CENTENARIO (VIII)

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Coches de viajeros del Ferrocarril del Bidasoa. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

COCHES Y VAGONES

Todo el material remolcado del Ferrocarril del Bidasoa, tanto para viajeros como para mercancías, fue construido en la Fábrica de Vagones de Beasain de la Sociedad Española de Construcciones Metálicas, antecedente de la actual CAF.
El Ferrocarril del Bidasoa vendió algunos de sus coches al ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Fotografía de Manolo Maristany

El parque de coches de viajeros del Ferrocarril del Bidasoa estaba formado por un total de dieciocho unidades de bogies, de las que seis eran mixtas de primera y segunda clase, siete de tercera clase y cinco mixtas de tercera clase y furgón. La carrocería era de madera, con plataformas de acceso abiertas en los extremos, testeros de madera y cristal, linternón corrido en el techo, y pasillo central. El alumbrado era eléctrico.
Vagón de bordes altos del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los coches mixtos de primera y segunda clase, matriculados como AB-1 a6, disponían de doce plazas y contaban como amplios butacones, mesitas plegables, lámparas artísticas en el techo y retretes completos, con lavabo y espejo. Los de tercera clase, numerados como C-1 a 7, eran más espartanos, con 37 asientos de listones de madera y retrete, mientras que los mixtos de tercera y furgón, inscritos en la serie FC-1 a 5, contaban con doce asientos y un amplio departamento para el transporte del correo y paquetería.
Fotografía de fábrica de un vagón cerrado del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

El parque de mercancías del Ferrocarril del Bidasoa se componía de un total de 39 vagones, todos ellos de bogies. Doce eran cerrados, matriculados en el Bidasoa como X-1 a 12, diez, de bordes altos, Y-1 a 10, quince, de bordes bajos, Z-1 a15 y, además, disponía de dos jaulas para transporte de ganado, serie J-1 y 2. La carga máxima admisible en cada uno de ellos era de 20 toneladas. También contaba con 82 vagones de dos ejes para transporte de mineral, heredados de la compañía de las Minas de Irún y Lesaca, S.A.

Ferroviario del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo de Pedro Pérez Amuchastegui

VIAJEROS Y FERROVIARIOS

Tras la inauguración del ferrocarril entre Irun y Santesteban se establecieron dos servicios diarios, que recorrían la línea en toda su longitud, invirtiendo una hora y cuarenta y cinco minutos en el trayecto, a una velocidad media de 21,7 km/h. El horario se estableció de forma que podía ser cubierto con una única composición que efectuaba su salida de Irun a las 5:47, para llegar a Santesteban a las 7:35, partiendo de regreso a las 8:20 para rendir viaje en la ciudad fronteriza a las 10:05. El servicio vespertino tenía su salida en Irun a las 16:00 horas, llegando a Santesteban a las 17:45, de donde volvía a partir a las 18:35 hacia Irun.
El Ferrocarril del Bidasoa transportaba el correo en la comarca. Archivo de Pedro Pérez Amuchastegui

Al ampliarse la línea hasta Elizondo se estableció el servicio definitivo, con salidas de Irún a las 8:18, 13:40 y 19:17, mientras que en la capital del Baztán se efectuaban a las 7:35, 13:02 y 17:13. El menor tiempo de viaje correspondía a la circulación del mediodía, catalogada como Rápido, que cubría los51,5 kilómetros de la línea en una hora y cincuenta y cinco minutos (velocidad media de 27,1 km/h), mientras que el Correo de la mañana y el Ligero de la tarde, invertían dos horas y diez minutos (velocidad media de 24 km/h). Los cruces se verificaban habitualmente en la estación de Alcayaga-Vera, salvo en el caso del Ligero que lo efectuaba en Irún-Bidasoa. Los trenes combinaban en Irun con el “Topo” por lo que era posible continuar el viaje hasta Donostia con un sencillo trasbordo.
Billete del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo de Pedro Pérez Amuchastegui

El precio del billete de Irun a Elizondo era de 3,50 pesetas en tercera clase, mientras que en segunda ascendía a 4,75 pesetas y en primera a 6,30.
Tren de viajeros del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo de Pedro Pérez Amuchastegui

Para asegurar el servicio, la empresa contaba con una plantilla de unos 75 empleados. De ellos, cuatro eran maquinistas y otros cuatro fogoneros de las locomotoras de vapor. Además, había cuatro jefes de tren, ocho jefes de estación, seis guardafrenos, trece peones de Vía y Obras y dos guardabarreras, mientras que los talleres ocupaban a otras diez personas.
Horario del Ferrocarril del Bidasoa en 1924. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril



EL FERROCARRIL DEL BIDASOA, EN SU CENTENARIO (IX)

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Llegada a Irun de un tren procedente de Elizondo. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

LOS PRIMEROS AÑOS

Inaugurada la línea férrea entre Irún y Elizondo, la Compañía de los Ferrocarriles del Bidasoa inició su explotación sumida en una situación económica muy comprometida, ya que su capital social era de dos millones de pesetas, mientras que la construcción tuvo un coste de cerca de 10 millones. El pago de la deuda contraía consumía todos los recursos y, además, los resultados de la explotación nunca fueron brillantes.
Tren de mercancías en la estación de Irún. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los primeros ejercicios del Ferrocarril del Bidasoa se saldaron con pérdidas. A partir de 1918 el margen de explotación fue positivo hasta 1925 pero el beneficio fue tan pequeño que no permitió reducir la deuda o repartir dividendos a los accionistas. Sin embargo, la empresa abrigó esperanzas de que el negocio se podría consolidar y, por ello, volvió a estudiar la construcción de la línea de Santesteban a Pamplona y, también, de Elizondo a Baigorri y de Santesteban a Leiza, donde empalmaría con el Plazaola. Incluso llegó a plantearse la posibilidad de electrificar la línea para suprimir las antieconómicas locomotoras de vapor.
Estación de Irún-Colón, donde se realizaba el enlace entre el Topo y el tren del Bidasoa. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

En 1926, la Compañía del Ferrocarril del Bidasoa decidió integrarse en el Estatuto Ferroviario promulgado por el gobierno del Dictador Primo de Rivera, con la vana esperanza de lograr el apoyo estatal para materializar sus proyectos. Lejos de mejorar, la situación empeoró, por la caída del tráfico de minerales, que no pudieron competir con el procedente de los nuevos yacimientos de Marruecos y Argelia.
Ramal de acceso a Fundiciones de Vera. Archivo de Pedro Pérez Amuchastegui

A partir de 1926, la explotación fue cada vez más deficitaria, al surgir nuevos competidores como el camión, el autobús y el automóvil. En estos tiempos de crisis falleció en Irun, el 14 de marzo de 1931, el principal promotor del Ferrocarril del Bidasoa, León Mourgues, que fue sustituido en la dirección de la empresa por Augustín Bac.

Automotor Verney del Ferrocarril del Bidasoa Fotografía de Juan Bautista Cabrera Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

COMPETENCIA E INNOVACIÓN

El rápido desarrollo de los transportes mecánicos por carretera tras la Primera Guerra Mundial supuso la aparición de una competencia que no se había tenido en cuenta a la hora de construir el tren del Bidasoa. Año tras año, camiones, autobuses y automóviles restaban viajeros y mercancías al ferrocarril. Además, mover un tren de vapor era muy caro, al exigir un maquinista y un fogonero y, además, el consumo de energía era muy elevado, dado el gran peso de las locomotoras y los coches de viajeros.
Al disponer de una sola cabina, los automotores Verney contaban con un singular sistema de giro. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

En 1931 el tren del Bidasoa alquiló un pequeño automotor con motor de gasolina de la firma francesa Verney, con el que esperaban reducir los gastos en más del 50%. Pese a su pequeño tamaño, resultaba suficiente para atender la baja demanda de viajeros y, además, disponía de un furgón para transportar el correo y la paquetería. Gracias a sus buenos resultados, en 1932 decidieron alquilar otras dos unidades idénticas, así como tres pequeños remolques para ampliar su capacidad.
CAF construyó tres pequeños remolques para los automotores Verney. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Aunque la sustitución de los trenes de viajeros remolcados por locomotoras de vapor permitió reducir los gastos de explotación, no pudo frenar el deterioro de la situación económica de la empresa, como consecuencia de la caída en picado de los tráficos de mercancías.


EL FERROCARRIL DEL BIDASOA, EN SU CENTENARIO (X)

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Tren blindado del Ferrocarril del Bidasoa

LA GUERRA CIVIL

El 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil. En dos días todo el valle del Bidasoa quedó en poder de los sublevados, salvo el tramo final entre Endarlatza e Irun, donde el frente quedó estabilizado hasta principios de septiembre. El 20 de julio, se interrumpieron todos los servicios de transporte de la Compañía de los Ferrocarriles del Bidasoa.

En Irun, los milicianos decidieron preparar un tren blindado con el fin de hostigar las columnas de tropas enemigas, con una curiosa composición, formada por la locomotora de vapor “Zarauz”, a la que se dotó de un elemental blindaje y un vagón de bordes altos, reforzado de forma semejante a la máquina y dotado de ametralladoras pesadas.

El primer combate tuvo lugar los primeros días de agosto. El 15 de agosto y ante la ocupación de Endarlatza por las tropas sublevadas al mando del comandante Galvis, el tren blindado intervino de nuevo en la zona, al hostigar al enemigo con el fuego de sus ametralladoras, y apoyar la retirada de los defensores de la zona.

El 20 de agosto el tren volvió a actuar en Gastinaldia, apoyando con sus ametralladoras a las fuerzas republicanas que se encontraban luchando a lo largo de la carretera. Seis días después, en la misma zona se produjo un enfrentamiento entre el tren blindado y una columna de seis carros blindados. Durante más de hora y media el fuego de sus respectivas ametralladoras no consiguió desnivelar la balanza a favor de ninguno de los contendientes, pero finalmente, el tren blindado se vio obligado a la retirada ya que la locomotora había agotado su reserva de agua.

El tren blindado continuó luchando en la zona hasta que, tras la ocupación de Irun por las tropas franquistas el 4 de septiembre, quedó abandonado en la estación de Kostorbe.

Con la caída de Irun en manos de los rebeldes, la totalidad de la línea quedó en la denominada “zona nacional”. Sin embargo, tras la voladura del puente de la carretera sobre el Bidasoa en Endarlatza, realizada por los Republicanos con el fin de retener el avance enemigo, las autoridades militares decidieron levantar totalmente la vía entre este punto y Bera de Bidasoa, con el fin de utilizar la explanación del ferrocarril como ruta alternativa para los vehículos militares.

Tras la reconstrucción del puente carretero de Endarlatza, inaugurado el 11 de julio de 1937, las autoridades militares autorizaron el restablecimiento de la vía entre Endarlatza y Alcayaga-Vera, operación que se realizó utilizando como mano de obra a combatientes republicanos cautivos. Así, el 1 de marzo de 1938 se reanudó el transporte de mercancías, mientras que un mes más tarde, el 1 de abril, volvieron a circular los trenes de viajeros.

Autovía fotografiado en los años cincuenta. Archivo de Pedro Pérez Amuchastegui

UNA LARGA DECADENCIA

Tras la Guerra Civil, los franceses perdieron el interés por el Ferrocarril del Bidasoa. De este modo, acciones y deuda fueron adquiridas por una entidad española, el Banco Coca. Además, tras el fallecimiento de Augustín Bac en diciembre de 1938, la dirección del ferrocarril del Bidasoa fue asumida por Pedro Alonso Curtoys.
Billete del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo Pedro Pérez Amuchastegui

En los años cuarenta, el resultado de la explotación ferroviaria volvió a ser positivo durante algunos años, gracias a la reactivación de las minas del entorno de Irun y Lesaka, de gran interés para la industria armamentística alemana. También aumentaron los viajeros, que empleaban el tren para comprar en los pueblos del valle alimentos y otros bienes de primera necesidad, difíciles de localizar en las grandes poblaciones como Irun o Donostia. ¡Eran los tiempos del estraperlo y el contrabando! Por otra parte, las obras de fortificación de la frontera con Francia, realizadas ante el temor de la extensión de la Segunda Guerra Mundial al territorio español implicaron un aumento del transporte de mercancías, sobre todo cemento. Además, las grandes restricciones existentes en la posguerra para el suministro de neumáticos y derivados del petróleo, paralizaron casi por completo la competencia de la carretera.
Nómina de un empleado del Ferrocarril del Bidasoa. Documento cedido por la familia Hita

El final de la Segunda Guerra Mundial, supuso el cierre de las minas y la progresiva recuperación de la competencia de la carretera, por lo que, a partir de 1947, el balance de explotación del Ferrocarril del Bidasoa retornó, en esta ocasión de manera definitiva, a los números rojos.
Estación de Vera de Bidasoa. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Para colmo de males, las inundaciones que el 14 de octubre de 1953 asolaron Gipuzkoa y el norte de Nafarroa, produjeron graves daños en la infraestructura, que quedó afectada en varios puntos ante la violenta crecida del caudal del Bidasoa. Un automotor, procedente de Elizondo, vio interceptado su camino a la altura de San Miguel, viviéndose momentos angustiosos aunque, afortunadamente, sin consecuencias para sus viajeros.


EL FERROCARRIL DEL BIDASOA, EN SU CENTENARIO (Y XI)

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Tren de mercancías del Ferrocarril del Bidasoa. Fotografía de Juan Bautista Cabrera. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

EL CIERRE

Las inundaciones de 1953 arrancaron cerca de 400 metrosde vía, destrozaron las barandillas del puente de Elgorriaga, e inundaron un túnel que quedó convertido en parte del cauce del río desbordado. Fueron necesarios cinco días de frenética actividad para poder recuperar el servicio.
El Ferrocarril del Bidasoa vio pasar las locomotoras diésel Alsthom que contribuirían a la modernización y supervivencia de otras líneas. Archivo Fundación Sancho el Sabio

Pese a la reconstrucción de las vías, la situación de la empresa ferroviaria era insostenible y, de hecho, pocos días después anunció que cerraría el tren el 1 de enero de 1954. Solo gracias al apoyo de los ayuntamientos del valle se pudo posponer la decisión a la espera de lograr la ayuda financiera de la Diputación de Navarra y del gobierno.
Uno de los últimos servicios de viajeros del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo Kutxabank

Lamentablemente, el gobierno hizo oídos sordos a los más de veinte oficios que remitió el Ferrocarril del Bidasoa solicitando apoyo para modernizar el servicio, por lo que la compañía no tuvo más remedio que solicitar la renuncia a su concesión. La respuesta del Ministerio de Obras Públicas se plasmó un Decreto fechado el 14 de septiembre de 1956, en el que autorizaba el cierre del ferrocarril. Pocos días después, el 31 de diciembre circulaba por última vez el tren del Bidasoa.
Carriles acumulados en Irún-Kostorbe, procedentes del levante del Ferrocarril del Bidasoa. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras la definitiva clausura del servicio, la Compañía de los Ferrocarriles del Bidasoa procedió a liquidar todos sus bienes y a indemnizar al personal. Para ello, a principios de 1957 procedió a la subasta de todos sus bienes, que fueron adjudicados a la empresa guipuzcoana Forjas de Zubillaga. Paradojas de la historia, cuando no habían transcurrido tan siquiera dos años desde su clausura y levante, el nacimiento de una gran empresa, Laminaciones de Lesaca, supuso el definitivo despegue industrial del valle del Bidasoa. Si el ferrocarril hubiera resistido un par de años más, su demanda habría asegurado su supervivencia y, de hecho, la firma siderúrgica estudió en varias ocasiones la posibilidad de recuperar el ferrocarril para su servicio.

Buena parte del trazado del Ferrocarril del Bidasoa ha sido reconvertido en vía verde. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

EL PATRIMONIO

Pese a que han transcurrido sesenta años desde su desaparición, el recuerdo del ferrocarril del Bidasoa todavía permanece firme en el valle. Buena parte de su trazado se conserva y, en los últimos años, ha sido acondicionado como vía verde, en concreto, entre Behobia y Santesteban. El viejo camino de hierro es ahora una senda para el ocio y el deporte desde la que se pueden disfrutar las mejores vistas sobre el río y el hermoso paisaje de la zona.
La abandonada estación de San Miguel es, actualmente, el edificio más antiguo del Ferrocarril del Bidasoa y debería ser correctamente preservado. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

La mayor parte de las viejas estaciones han sucumbido a la piqueta, aunque todavía permanecen en pie las de Endarlatza y Legasa, así como las casetas de los pasos a nivel de Mugaire e Irurita, todas ellas reconvertidas en viviendas. Peor es la situación de la estación de San Miguel, originaria del primitivo tren minero de Irun a Endarlatza y por tanto, la más antigua de todas las que se conservan, abandonada a su suerte, y que debería recuperarse como centro de interpretación de la nueva vía verde.
Antiguo coche del Ferrocarril del Bidasoa, reutilizado en Villablino (León) como oficina de turismo. Fotografia de Juanjo Olaizola Elordi


La práctica totalidad de los vehículos del ferrocarril del Bidasoa fueron desguazados para su aprovechamiento como chatarra por las Forjas de Zubillaga en Azkoitia. Sin embargo, dos coches fueron vendidos al Ferrocarril del Urola y, afortunadamente, uno de ellos pudo ser rescatado por el Museo Vasco del Ferrocarril donde, tras su restauración integral, en la que colaboraron veteranos ferroviarios del Bidasoa como Pedro Carrillo y Andrés Urcelayeta, se conserva y, además, presta servicio tras la locomotora de vapor “Aurrera”, gemela de la “Zarauz” del Ferrocarril del Bidasoa. Asimismo, algunos coches fueron vendidos de ocasión al ferrocarril de Ponferrada a Villablino y, uno de ellos, se conserva en la actualidad, como oficina de turismo en esta última localidad.
Coche del Ferrocarril del Bidasoa, preservado en el Museo Vasco del Ferrocarril. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

100 AÑOS DEL FERROCARRIL DE HARO A EZCARAY

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Tren del ferrocarril de Haro a Ezcaray. Fotografía de Jeremy Wiseman

Hoy, 9 de julio se conmemora el primer centenario de la inauguración del ferrocarril de vía métrica de Haro a Ezcaray, en La Rioja. Esta pequeña línea recibió el cariñoso apelativo de «bobadilla» al parecer a los habitantes de Haro que sus trenes eran poca cosa en comparación con las grandes composiciones de la Compañía del Norte que, desde 1863, daban servicio a la ciudad jarrera.
Locomotora de vapor Nº 3 del ferrocarril de Haro a Ezcaray. Las tres locomotoras de esta línea fueron adquiridas de ocasión al non nato ferrocarril de Gijón a San Martín, donde no habían llegado a prestar servicio. Fotografía de Frank Jones. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

El ferrocarril de Haro a Ezcaray, de 34 kilómetros de recorrido, partía de la estación del Norte de Haro para, tras atender la estación de Haro-Ciudad, recorrer los fértiles valles de los ríos Tirón y Oja, así como sus principales localidades: Casalarreina, Castañares, Bañares, Santo Domingo de la Calzada, Santurde/Santurdejo y Ojocastro, para rendir viaje en la terminal de Ezcaray. Los orígenes de esta línea se remontan a las últimas décadas del siglo XIX, cuando se plantearon las primeras iniciativas, impulsadas por la riqueza minera de la Sierra de la Demanda. Al primer proyecto ferroviario le siguieron otras propuestas para la implantación de diversas líneas de tranvías interurbanos en la zona, hasta que, finalmente, fue incluido en la Ley de Ferrocarriles Secundarios de 1908. Tras varias subastas que resultaron desiertas, el 7 de enero de 1913 el gobierno otorgó la concesión al conocido empresario aragonés Nicolás Escoriaza Fabro. Poco después, el 7 de abril del mismo año, se constituía en Madrid la sociedad del Ferrocarril Secundario con garantía de interés del Estado, de Haro a Ezcaray, S.A., a la que Escoriaza transfirió la concesión.
Estación de Haro-Ciudad. Fotografía de Christian Schnabel. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las obras de construcción se iniciaron el 17 de mayo de 1913, en un solemne acto celebrado en la estación de Santo Domingo de la Calzada, que fue presidido por Miguel Villanueva, a la sazón ministro de Fomento. La construcción de la línea se llevó a cabo bajo la dirección del ingeniero Jesús Ramírez y, aunque la crisis que provocó en sus inicios la Primera Guerra Mundial en la economía española ralentizó los trabajos y dificultó los suministros, en tres años se pudieron concluir los trabajos y el 9 de julio de 1916 se inauguraba la línea, en un acto nuevamente presidido por el ministro Villanueva. Sin embargo, parece que en su ministerio no estaban muy al corriente de sus andanzas, ya que la preceptiva autorización ministerial para el inicio de la explotación no llegaría hasta el mes de diciembre, ¡cuando la línea ya llevaba 155 prestando servicio con toda normalidad…
Vagón plataforma del ferrocarril de Haro a Ezcaray, construido en la Fábrica de Vagones de Beasain. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril


El ferrocarril de Haro a Ezcaray contribuyó eficazmente a dinamizar la economía y la sociedad de las comarcas que atendía. Sin embargo, como muchos otros ferrocarriles secundarios, no fue capaz de hacer frente a la competencia de los nuevos transportes mecánicos por carretera y, faltos de recursos, sus promotores no tuvieron más remedio que cerrar la línea el 16 de enero de 1964.
Material del ferrocarril de Haro-Ezcaray. Fotografía de Jeremy Wiseman

EUSKOTREN RESTAURA UN AUTOMOTOR ELÉCTRICO DE 88 AÑOS

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Los trabajos se han realizado en los nuevos talleres de EuskoTren en Lebario (Bizkaia)


Imagen del automotor MAB-15 tomada tras su restauración, el 11 de agosto de 2016. Fotografía de Juanjo Olaizola


Los trabajadores de mantenimiento del material móvil de EuskoTren han realizado durante los primeros días de agosto los últimos retoques para la puesta en marcha del automotor eléctrico MAB-15. Este vehículo formaba parte de un grupo de 15 automotores eléctricos construidos por la firma alemana AEG y la sociedad Material Móvil y Construcciones de Zaragoza, antiguos talleres de Carde y Escoriaza y actual factoría de CAF en la capital aragonesa, para la Compañía de los Ferrocarriles de Santander a Bilbao, empresa que en 1928 electrificó la línea de vía métrica de Bilbao a Las Arenas y Plentzia, hoy integrada en la línea Nº 1 de Metro Bilbao.

Automotor MD-3, con la carrocería original de furgón automotor con la que circuló el MAB-15 entre 1928 y 1960. Fotografía de Juanjo Olaizola


Para sustituir a las locomotoras de vapor, Santander-Bilbao adquirió en 1928 quince automotores que, a su vez, se dividían en dos modelos diferentes. Los doce primeros, destinados al servicio de viajeros y dotados de departamentos de primera y segunda clase, fueron matriculados como MAB-1 a 12, mientras que los tres restantes se especializaron en el tráfico de mercancías, por lo que, aunque tenían equipos de tracción y frenado idénticos a sus predecesores, ofrecían una configuración de furgones automotores. Estos últimos fueron matriculados en la serie MD-1 a 3.

Automotor MAB-15 en servicio en el tren del Txorierri. Fotografía de Eduardo González Iturritxa

En 1947, la Compañía de los ferrocarriles de Santander a Bilbao segregó la línea de Bilbao a Plentzia y la integró en un nuevo operador: Ferrocarriles y Transportes Suburbanos de Bilbao (FTS). Esta nueva sociedad tuvo que hacer frente al rápido incremento de la demanda que experimentaron los transportes públicos vizcaínos en los años de la posguerra, por lo que, además de adquirir diez nuevas unidades de tren construidas en los astilleros de la Sociedad Española de Construcción Naval en Sestao, decidió también modernizar algunas de las unidades heredadas de los ferrocarriles de Santander a Bilbao con un plan de metalización iniciado en 1960.

El principal objetivo del Plan de Metalización era reconstruir los automotores y remolques con carrocería de madera de 1928 para que ofrecieran los mismos estándares de calidad que las unidades eléctricas Naval de 1953. Para ello, en los propios talleres de FTS en Lutxana (Erandio), se construyeron nuevas carrocerías de acero para cuatro automotores y varios remolques. Dentro del plan, sin duda, la actuación más ambiciosa fue la conversión en automotores de viajeros de los tres antiguos furgones automotores MD-1 a 3 de 1928. El primero en experimentar esta transformación fue, precisamente, el coche ahora restaurado, el antiguo MD-3, que fue rematriculado como MAB-15. En la operación, se desmontó su carrocería original de madera, que fue trasplantada a un viejo automotor adquirido de ocasión en 1948 a un chatarrero de Montecarlo (procedente a su vez del desaparecido ferrocarril de Toulouse a Castres y Revel), por lo que se mantuvo en activo hasta el año 1995, fecha en que, tras ser retirado del servicio, fue preservado por EuskoTren para el Museo Vasco del Ferrocarril, donde se expone al público en su sede de Azpeitia (Gipuzkoa).

Estado que presentaba el automotor MAB-15 antes de iniciar los trabajos de restauración. Fotografía de Iñigo Amas 

Aprovechando los bogies, motores, equipos de control de tracción y freno originales, se construyó en los talleres de Lutxana una nueva carrocería metálica muy similar a la de las unidades Naval, con su característico frontal redondeado en uno de sus extremos, siendo el otro plano. Dado que la experiencia ofreció un resultado satisfactorio, FTS decidió realizar la misma transformación sobre los otros dos furgones automotores, MD-1 y 2, que fueron rematriculados, tras su reconversión en automotores de viajeros, como MAB-13 y 14. Sin embargo, a diferencia del prototipo, en este caso los dos frontales eran totalmente rectos. La misma operación se realizó también sobre el automotor de viajeros MAB-2.

El MAB-15 continuó prestando servicio, primero en FTS y, a partir de 1982 en la sociedad pública del Gobierno Vasco EuskoTren, empresa que asumió las antiguas concesiones explotadas por FTS. Durante años, su presencia fue habitual en las líneas del Txorierri, pero la progresiva modernización de los servicios ferroviarios, con la llegada de las nuevas unidades de la serie 200 y la posterior integración del ferrocarril de Plentzia en la línea 1 de Metro Bilbao, trajo consigo su retirada del servicio de viajeros.


Vista lateral del automotor MAB-15 tras su restauración. Fotografía de Xabier Ramos


A partir de 1994, el MAB-15, con 66 años de intensa vida activa, fue relegado del servicio de viajeros. Sin embargo, este veterano automotor todavía podía resultar de utilidad y por ello, en 1995, experimentó una segunda transformación para adaptarlo a una nueva función: tren de servicios auxiliares en la línea del Txorierri. Para ello, fue objeto de numerosas reformas como la sustitución de sus tradicionales sistemas de enganche por otros semiautomáticos tipo Alliance, el cambio del sistema de frenado automático de vacío por otro de aire comprimido, la modificación del sistema de control de tracción, reemplazado por otro heredado de las unidades de la serie 100 de FTS, de concepción más moderna, o el traslado de las resistencias de tracción del techo al bastidor. Además, sus llamativos pantógrafos romboidales originales, fueron reemplazados por un moderno semipantógrafo. Por otra parte, su interior fue completamente despejado para que el personal de Vía y Obras de EuskoTren dispusiera del espacio necesario para transportar los materiales necesarios en sus trabajos. Sin embargo, conservó el bastidor original, la carrocería metálica de 1960 y, sobre todo, los robustos motores de tracción AEG de 1928, así como los magníficos bogies, también de 1928, construidos por CAF en Beasain bajo licencia del afamado fabricante norteamericano J.G. Brill.
Automotor MAB-15 en maniobras en las instalaciones de EuskoTren en Lebario (Bizkaia). Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi


En su nueva configuración, el automotor MAB-15 continuó prestando sus valiosos servicios, primero a EuskoTren y, a partir de 2005, a Euskal Trenbide Sarea ETS/RFV, hasta su definitiva baja en 2012, cuando ya contaba con 84 años de existencia. Indudablemente, su veteranía, así como su compleja y agitada existencia, lo hacía merecedor de ser preservado y, por ello, en abril de 2016 fue trasladado a los talleres de EuskoTren en Lebario (Bizkaia), donde ha sido sometido a una profunda restauración. Evidentemente, la intervención se vio dificultada por las numerosas transformaciones que había experimentado este singular automotor a lo largo de su vida activa, por lo que se optó por una solución de compromiso que conserva la mayor parte de las modificaciones técnicas realizadas en 1995, pero devolviéndole la imagen exterior que, entre 1960 y 1995, ofreció a diario a los viajeros del tren del Txorierri.
El automotor MAB-15 realiza sus primeras maniobras tras la restauración realizada por EuskoTren en Lebario (Bizkaia). Vídeo de Juanjo Olaizola Elordi

Una vez finalizada su restauración, el MAB-15 será trasladado de Lebario a la sede del Museo Vasco del Ferrocarril en Azpeitia, donde quedará expuesto al público.

LA MAQUINILLA

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Portada del libro de José Antonio Torquemada, La Maquinilla

La cuenca alta del Guadiato integra los actuales municipios cordobeses de Bélmez, Espiel, Peñarroya-Pueblonuevo y Fuente Obejuna. Desde finales del siglo XVIII la explotación de sus ricos yacimientos de carbón se convirtió en una de las principales actividades económicas de la zona, aunque el verdadero despegue de la producción no tuvo lugar hasta la llegada de los primeros ferrocarriles a la comarca, primero, con la inauguración del ramal de Almorchón a Bélmez, del ferrocarril de Ciudad Real a Badajoz, en 1868 y, poco después, el de Bélmez a Córdoba, en 1873.
Cocherón de locomotoras de La Maquinilla. Fotografía de Trevor Rowe Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

El primero de los ferrocarriles antes citados pronto cayó en la órbita de la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA), mientras que el de Córdoba a Bélmez se integró en la de los Ferrocarriles Andaluces. Precisamente,varios de los principales accionistas de esta última empresa, como los Loring, Heredia y Larios fueron, también, algunos de los más destacados promotores de la minería en la comarca del Alto Guadiato, interesados en el carbón de la zona, tanto como combustible para sus locomotoras, como para generar tráficos a sus líneas. Sin embargo, su línea alcanzaba únicamente el extremo sur de la cuenca y, por ello, pronto comenzaron a construir diversos ramales de vía ancha que, con el paso del tiempo, conformaron un trazado alternativo, en cierto modo paralelo al de las vías de MZA, desde la estación de Cabeza de Vaca (Bélmez) hasta las minas de El Porvenir de la Industria, pasando por Peñarroya, su Cerco Industrial y algunos de los principales yacimientos de antracita y hulla del entorno. Es precisamente a este ferrocarril minero, popularmente conocido como La Maquinilla, al que José Antonio Torquemada Daza ha dedicado una magnífica monografía, recientemente publicada por una asociación cultural bautizada con el nombre de este curioso tren.
En 1901 la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya adquirió cuatro locomotoras a la firma norteamericana Baldwin. En la imagen, la Nº 3 "Terrible" efectúa maniobras ante la cámara de Trevor Rowe Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Ciertamente, la comarca del Alto Guadiato ha protagonizado uno de los capítulos más destacados en la historia de nuestros ferrocarriles, ya que a los antes mencionados de MZA y Andaluces, así como la propia Maquinilla, se les sumó uno de los ferrocarriles de vía métrica de mayor envergadura de España, que enlazaba Fuente del Arco con Peñarroya, Puertollano y San Quintín, sin olvidar una infinidad de pequeños ramales mineros. Lamentablemente, su historia está, en buena medida, aun por descubrir y, en este sentido, el libro de José Antonio Torquemada permite conocer con detalle a uno de sus principales protagonistas.
Servicio de viajeros de La Maquinilla. Fotografía de Trevor Rowe Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Como bien señala José Antonio Torquemada, los inicios de la Maquinilla se remontan al año 1883, cuando se inició la construcción de los primeros ramales mineros en ancho de vía normal español que, con el tiempo, se enlazaron entre sí hasta crear el itinerario alternativo entre Cabeza de Vaca y El Porvenir. Pronto, además del transporte de carbón, este pequeño ferrocarril minero también comenzó a ser utilizado en el traslado de los mineros, así como por cualquier habitante o visitante de la comarca, con la ventaja de que el servicio era gratuito, lo que lo hizo muy popular en todo el Alto Guadiato.
Coches utilizados por la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya en el transporte de viajeros en La Maquinilla. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

En las 120 páginas del libro, profusamente ilustrado con valiosas imágenes del pasado ferroviario e industrial de la comarca, José Antonio Torquemada desgrana la historia de este singular ferrocarril que, en 1941, se convirtió en una de las raras excepciones entre los de vía ancha de nuestro país, al eludir la forzosa integración en Renfe. De este modo, se mantuvo en manos privadas hasta que en 1960 la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, de capital francés, que en 1900 había adquirido a los Ferrocarriles Andaluces sus vías mineras y, también, sus explotaciones carboníferas, cedió su patrimonio en el Guadiato a la empresa pública Encasur. Asimismo aporta completa información sobre el material motor y remolcado, incluidas sus espectaculares locomotoras tanque de cinco ejes acoplados, únicas en España, la evolución de los yacimientos y de las empresas propietarias, o la descripción de los numerosos ramales mineros e industriales del entorno.
El Museo del Ferrocarril de Madrid llegó a preservar una de las espectaculares locomotoras 050T de La Maquinilla, aunque posteriormente fue cedida para su exposición como monumento en Puertollano. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

El libro de José Antonio Torquemada es, por tanto, un magnífico homenaje a uno de los ferrocarriles de vía ancha menos conocidos de nuestro país pese a que se convirtió en uno de los últimos reductos de la tracción vapor en España, no en vano, sus últimas locomotoras trabajaron hasta el año 1983. Sin duda, es una obra que merece un hueco en la biblioteca de cualquier investigador, estudioso o simple aficionado a la historia de los ferrocarriles españoles. Los interesados, pueden adquirir la obra, al modesto precio de 16,50 Euros, incluidos gastos de envío en reembolso certificado, al conocido distribuidor de libros de temática ferroviaria Ramón Capin a través del siguiente correo electrónico:kioscoplaza@telecable.es



EL FERROCARRIL DE TUDELA A TARAZONA

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En varias ocasiones hemos referido en este blog la impresionante labor de investigación y difusión de nuestra historia ferroviaria que desarrolla Lluis Prieto i Tur a través de su editorial Monografías del Ferrocarril. Este verano, un nuevo título, dedicado en esta ocasión al estudio del ferrocarril de Tudela (Navarra) a Tarazona (Zaragoza), viene a engrosar esta notable colección, facilitando el conocimiento de este singular ferrocarril, primero de vía métrica y, más tarde, de vía ancha, ahora desaparecido y reconvertido en Vía Verde.

En el nuevo volumen, obra de Pedro Manuel González Fraile, Mariano Rodríguez Gonzalvo y el propio Lluis Prieto i Tur, continúa con el análisis de los pequeños ferrocarriles de vía estrecha que, desde ambas márgenes del Ebro, alimentaban a la línea principal de Miranda a Zaragoza. Si anteriormente Monografías Ferroviarias nos ha presentado en diferentes trabajos dos de ellos; el de Sádaba a Gallur y el de Cortes a Borja, en esta ocasión trata al que, sin duda, tuvo la historia más singular, ya que el ferrocarril de Tudela a Tarazona es uno de los pocos de nuestro país que ha contado a lo largo de su historia con dos anchos de vía y, además, fue administrado por tres organizaciones diferentes.

La historia del ferrocarril de Tudela a Tarazona se remonta a la toma de control de los ferrocarriles de Tudela a Bilbao y de Barcelona a Zaragoza y Pamplona por parte de la Compañía del Norte en 1878. El interés de los pueblos beneficiados por la nueva línea impulsó a la gran compañía francesa a seguir el ejemplo de los ferrocarriles secundarios de su país de origen, donde, en aquella época, comenzaba a ser común la construcción de pequeños ferrocarriles de vía estrecha que alimentaban de tráfico a las redes principales, economizando al máximo en su construcción, gracias al uso de un ancho de vía reducido, que compensaba la penalización que suponía el trasbordo entre ambas redes. De hecho, pese a sus limitaciones técnicas, ésta era, probablemente, la única forma de hacer llegar las ventajas del transporte ferroviario a las zonas más apartadas de las líneas principales y que, a su vez, resultaban incapaces de generar grandes tráficos que hubieran rentabilizado la construcción de una línea de vía ancha.
Locomotora "Cascante" del ferrocarril de Tudela a Tarazona. Tras el cambio de ancho de vía en 1952, fue destinada al ferrocarril de Calahorra a Arnedillo. Fotografía de Fernando Lauradó

Como nos recuerdan los autores del libro, el ferrocarril de Tudela a Tarazona se inauguró en una fecha verdaderamente singular: el día de Nochevieja de 1885. Desde entonces, tres servicios diarios en cada sentido atendieron la demanda de transporte ferroviario de las poblaciones servidas por sus vías, facilitando con el trasbordo en Tudela, la conexión con Zaragoza, Pamplona o Bilbao. Tan importante como el transporte de viajeros fue el de mercancías, sobre todo, el de la remolacha azucarera, tras la puesta en marcha de la Azucarera de Tudela. De hecho, uno de los apartados del libro está específícamente dedicado al estudio de las instalaciones y el material motor y remolcado de esta empresa que, entre sus locomotoras, contó con la famosa Baldwin "Aragón", hoy preservada y en proceso de restauración gracias al tesón de la Asociación de Amigos del Ferrocarril y del Tranvía de Zaragoza.
La locomotora de vapor "Aragón", inició su andadura en la Azucarera de Tudela. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Durante décadas, el ferrocarril de Tudela a Tarazona fue explotado por la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España, empresa que también operaba en el País Valenciano otro ferrocarril de vía métrica que, asimismo, aportaba sus tráficos a las líneas de vía ancha de esta empresa: el de Carcaixent a Dénia. Sin embargo, la nacionalización de todos los ferrocarriles de vía ancha y la constitución, en febrero de 1941 de la empresa pública Renfe, implicó un cambio radical en esta situación. Así, aunque en un principio ambos ferrocarriles de vía métrica se integraron en Renfe, poco después fueron segregados e integrados en la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, hecho que implicó la ruptura de la fluidez de los tráficos combinados.
La Compañía del Norte adquirió tres automotores "Zaragoza" para el ferrocarril de Tudela a Tarazona. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Curiosamente, a los pocos años de que el ferrocarril de Tudela a Tarazona fuera expulsado del seno de Renfe como consecuencia de contar con un ancho de vía inferior al normal, la línea se reintegró en la empresa estatal, eso sí, tras realizar cuantiosas inversiones para ensanchar su vía, operación que también implicó alguna pequeña modificación del trazado y la construcción de nuevos edificios en las diferentes estaciones del trayecto. En una fecha señalada para los navarros, como el 7 de julio, en este caso de 1952, se inauguraba nuevamente el ferrocarril de Tudela a Tarazona, en esta ocasión con vía ancha.
Reportaje del NODO dedicado a la reinauguración del ferrocarril de Tudela a Tarazona, tras el ensanche de su vía

Lamentablemente, la inversión realizada para ensanchar la vía del ferrocarril de Tudela a Tarazona no llegó a ser de gran utilidad. El progresivo desarrollo de los transportes mecánicos por carretera le arrebataron los tráficos, primero de mercancías y, más tarde, de viajeros. De este modo, otra vez en Nochevieja, en este caso de 1971, se suspendía el servicio de pasajeros en la línea y, aunque se mantuvo por unos años el esporádico paso de algún tren de mercancías, finalmente se procedió a la definitiva clausura y levante de las instalaciones, años después reconvertidas en Vía Verde. 

A lo largo de las 160 páginas del libro, el lector puede encontrar abundante y precisa información sobre este pequeño y singular ferrocarril, a caballo entre Navarra y Aragón. Sin lugar a dudas, una obra que no debe faltar en la biblioteca de cualquier buen aficionado al ferrocarril.


AGUR RENTERÍA, KAIXO ARASO

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El último tren que abandonó las cocheras de Rentería para prestar un servicio de viajeros, preparada para iniciar la marcha. Fotografía de Pedro Mª Pérez Amuchastegui 

Ayer, viernes 9 de septiembre de 2016 salía desde los históricos talleres de EuskoTren en Rentería la última unidad para servicio de viajeros. Discretamente, sin más ruidos que el modesto homenaje tributado por un pequeño grupo de amigos del ferrocarril, se cerraba un episodio más de la historia de los ferrocarriles de Euskadi, iniciada hace ya 104 años cuando la Compañía del Ferrocarril de San Sebastián a la Frontera Francesa levantó estas dependencias para atender el material móvil de la línea que figuraba en su razón social, el popular "Topo".
Vista general de las cocheras de Rentería. Fotografía de José María Valero Suárez




Esquema de vías de la estación de Rentería, en el que se observa la disposición de las cocheras. Dibujo de Pedro Pintado Quintana
La elección de Rentería como sede de los talleres del "Topo" vino determinada por su posición central en la línea de San Sebastián a Hendaia, así como por la previsión de prestar servicios cortos entre la capital guipuzcoana y esta localidad, lo que facilitaría los movimientos de material y su mantenimiento, sin necesidad de realizar marchas en vacío.
Vista de un automotor del "Topo" frente a las cocheras de Rentería. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

El edificio de cocheras, hasta ahora en servicio, está formado por dos naves de estructura metálica, de 1.470 m² de superficie, que cuentan con un edificio anexo donde se establecieron los talleres de carpintería, eléctrico y mecánico, así como los necesarios almacenes y la oficina para el jefe de la dependencia. La primera de las naves alojaba en su interior cuatro vías, de 75 metros de longitud, mientras que la segunda disponía de tres.
Vista general de las cocheras de Rentería. Fotografía de Carlos Urkiola

La locomotora 101 maniobra frente a las cocheras de Rentería. Fotografía de Bernardo Mattheus Pelzer. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Además, en el exterior, junto a los laterales del edificio, existía una pequeña vía muerta para estacionar los vagones utilizados en el transporte de los materiales precisos en las labores de mantenimiento.
EuskoTren instaló puertas de acceso a las cocheras de Rentería. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Interior de las cocheras de Rentería en 1994. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Los talleres de Rentería han sido el verdadero corazón del "Topo" durante más de un siglo. En los años setenta, Feve racionalizó sus instalaciones, con la supresión de una vía en la primera nave y de otras dos en la segunda. De este modo, se ganó el espacio necesario para facilitar las labores de mantenimiento del material móvil, aunque con ello se perdió capacidad de estacionamiento, lo que obligaba a que buena parte del mismo pernocte en la amplia playa de vías de la estación de Amara. Posteriormente, EuskoTren ha realizado diversas mejoras como el cierre de su entrada, con la colocación de puertas automáticas, la reforma de los fosos de trabajo, o la instalación de un sistema de soplado de cofres y equipos eléctricos.
Última maniobra de la aguja de acceso a los talleres de Rentería, para dar salida a un tren comercial. Fotografía de Pedro Mª Pérez Amuchástegui
Pese a las constantes mejoras que han experimentado los talleres y cocheras de Rentería, éstas resultaban insuficientes para atender correctamente el mantenimiento del material móvil asignado al "Topo". Por ello, desde los años ochenta se han estudiado diversos emplazamientos para la construcción de nuevas dependencias, desde Lasarte hasta Fandería, llegándose a contratar algunos proyectos constructivos. Sin embargo, la opción finalmente elegida fue la de un amplio terreno situado en el término municipal de Irún, en concreto, en Araso, superficie que, en un principio, había adquirido EuskoTren para la construcción de un centro intermodal destinado al transporte de mercancías. Tras desestimar esta propuesta, el Gobierno Vasco optó por reutilizar este espacio para la construcción de las nuevas cocheras y talleres.
Vista exterior de las nuevas cocheras de EuskoTren en Araso. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi


Interior de las nuevas cocheras de EuskoTren en Araso. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Las nuevas dependencias de Araso, situadas en el punto kilométrico 15,010 del "Topo", multiplican por seis el espacio disponible en Rentería. Así, sobre una superficie total de 49.000 m² se levantan dos grandes naves que suman cerca de 14.000 m². Las nuevas instalaciones disponen de 22 vías y están equipadas con todos los elementos necesarios para el correcto mantenimiento de los trenes como vías sobre pilarillos, gatos hidráulicos, grúas puente, torno de foso, equipo de soplado de cofres eléctricos, cabina de pintura o tren de lavado. Aunque en ellas ya se viene trabajando desde hace algún tiempo, oficialmente iniciarán su andadura el próximo lunes 12 de septiembre.
Detalle del cartel de despedida colocado por un grupo de amigos del ferrocarril a la última unidad que abandonó los talleres de Rentería para prestar un servicio de viajeros. Fotografía de Luis Blas Sedano





LA GRAN ARTERIA ANDALUZA CUMPLE 150 AÑOS

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El paso de Sierra Morena por Despañaperros fue, sin duda, la obra más compleja del ferrocarril a Andalucía. Fotografía de Jean Laurent. Fototeca del Patrimonio Histórico. Ministerio de Cultura

La construcción de la gran arteria ferroviaria a Andalucía se desarrolló en diversas etapas, iniciadas en 1851 y que concluyeron hace exactamente 150 años, el 15 de septiembre de 1866, con la apertura de la última sección entre Córdoba y Vilches. A partir de esa fecha ya era posible viajar en tren, con todas las comodidades de la época, desde Madrid hasta Sevilla.

Este gran trayecto tenía su origen en el segundo de los ferrocarriles construidos en la España peninsular, entre Madrid y Aranjuez, inaugurado el 10 de febrero de 1851. La continuación hacia el sur vino de la mano, tanto del ferrocarril de Alicante, que aprovecharían los trenes a Andalucía hasta Alcázar de San Juan, trayecto abierto al tráfico el 22 de junio de 1854, como del que enlazaba éste importante nudo ferroviario con Ciudad Real, del que utilizaría la primera sección entre Alcázar y Manzanares, inaugurada el 1 de julio de 1860. Por el otro extremo, la compañía del ferrocarril de Córdoba a Sevilla, situada en principio en la órbita financiera de los Pereire, principales accionistas de la Compañía del Norte, inauguró el 5 de marzo de 1859 la sección de Lora a Sevilla, para completar la totalidad de la línea el 2 de junio del mismo año.

El tramo restante, entre Manzanares y Córdoba era, sin duda, el de más difícil realización, ya que debía afrontar el brusco descenso desde la Meseta hasta el valle del Guadalquivir por Sierra Morena. A las dificultades orográficas se unieron las disputas y rivalidades entre las diferentes iniciativas empresariales, desde las impulsadas por los Pereire hasta las de los promotores del Gran Central pero, finalmente, la concesión fue otorgada por el Gobierno a la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, la gran rival de Norte, el 23 de noviembre de 1860.

La compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, que finalmente adquiriría el ferrocarril de Sevilla a Córdoba, abrió su nueva línea en diversas etapas, siendo la primera de ellas la comprendida entre Manzanares y Santa Cruz de Mudela, inaugurada el 21 de abril de 1862. Le siguieron los tramos de Santa Cruz a Venta Cárdenas, el 25 de mayo de 1865 y de Venta Cárdenas a Vilches el 8 de julio de 1866. Finalmente, el 15 de septiembre, se culminó la última sección hasta Córdoba.

La inauguración de la sección de Vilches a Córdoba que hoy se conmemora, no sólo puso en comunicación directa Madrid y Sevilla, sino que permitió completar una red ferroviaria que, en aquel momento, se prolongaba desde Córdoba hasta Málaga (15 de agosto de 1865) y desde Sevilla hasta Cádiz (13 de marzo de 1861).


EL MARQUÉS DE SALAMANCA

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Retrato de José de Salamanca y Mayol. Fototeca del Patrimonio Histórico. Ministerio de Cultura 

José de Salamanca y Mayol, Marqués de Salamanca, (Málaga, 23 de mayo de 1811-Carabanchel Bajo, Madrid, 21 de enero de 1883), fue sin duda uno de los principales protagonistas de la historia ferroviaria española del siglo XIX. Promotor del segundo ferrocarril peninsular entre Madrid y Aranjuez y de su posterior prolongación hasta el Mediterráneo, actor fundamental en la constitución de una de las más destacadas empresas del sector, la de Madrid a Zaragoza y Alicante, concesionario de líneas en los más variados rincones del país, Salamanca financió y especuló a lo largo y ancho de la geografía ferroviaria española.

Como Vicepresidente de la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, José de Salamanca jugó un papel fundamental en la construcción de la gran arteria ferroviaria a Andalucía, de la que ahora se conmemora su sesquicentenario. Sin embargo, no logró que las vías de su empresa llegaran a su ciudad natal, Málaga, ya que la línea procedente de Córdoba quedó en manos de la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces.

La actividad financiera y especulativa del Marqués de Salamanca no se limitó a los ferrocarriles españoles. Entre sus aventuras internacionales, cabe destacar su participación en la construcción de los primeros ferrocarriles de Portugal y en la constitución de la Companhia Real dos Caminhos de Ferro, directa antecesora de la actual CP que, en nuestros días, sigue gestionando los servicios ferroviarios del vecino país.

Menos conocida y estudiada ha sido su actividad promotora fuera de la península ibérica y, sin embargo, en países como Italia y los Estados Unidos, el Marqués de Salamanca jugó un papel decisivo en la construcción de algunos de sus ferrocarriles más destacados, contando para ello con destacados ingenieros de nuestro país, como es el caso de Adolfo Ibarreta. Sin ir más lejos, en el país trasalpino fue el impulsor de las líneas de Roma a Civitavecchia y a Nápoles, así como la de Ancona a Bolonia.

Por lo que respecta a los Estados Unidos, el Marqués de Salamanca se embarcó en una singular aventura empresarial, al convertirse en el principal impulsor de la Atlantic and Great Western Railroad, establecida a partir de la fusión de tres empresas que, desde 1851, construían uno de los principales ejes ferroviarios Este-Oeste del país. Su objetivo era enlazar la costa atlántica con el río Mississippi, de forma directa y sin ruptura del ancho de vía. Para ello era preciso establecer una nueva vía férrea desde Salamanca, en el estado de Nueva York, hasta Cincinnati, en Ohio. Cabe señalar que la ciudad de Salamanca no recibió este nombre en homenaje a la capital castellano-leonesa, sino en recuerdo a quien financió la construcción del ferrocarril: el Marqués de Salamanca.

El proyecto de unión de la costa atlántica con la cuenca del Mississippi no encontró la esperada acogida en los medios financieros norteamericanos, por lo que sus promotores, liderados por el primer presidente de la compañía, William Reynolds, buscaron los capitales necesarios en los mercados europeos. De este modo, el Atlantic and Great Western Railroad se convirtió en un caso excepcional en el que buena parte de los recursos económicos fueron aportados por el Marqués de Salamanca y otros inversores de su entorno como del Duque de Riansares, segundo esposo de la Reina María Cristina, o el banquero León Lillo, mientras que los carriles y otros materiales siderúrgicos fueron suministrados por empresas británicas. Además, otros personajes vinculados a los orígenes de los ferrocarriles españoles y portugueses, como el británico Samuel Morton Peto, también tomaron parte en esta

Por cierto, en una época en la que el ancho normal de 1.435 mm únicamente representaba el 50% de la red ferroviaria norteamericana, el Atlantic and Great Western Railroadse implantó con un ancho de vía de seis pies… norteamericanos, algo mayores que los seis pies castellanos de la red española, en concreto, 1.828 mm.


LA ELECTRIFICACIÓN DEL FERROCARRIL DE MADRID A SEVILLA

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Cinco elegantes locomotoras de la serie 7800 posan en la estación de Córdoba en 1960. Fotografía de Peter Willen


Como recordábamos en la penúltima entrada de este blog, este mes de septiembre se conmemora el 150 aniversario de la principal arteria ferroviaria de Andalucía: el ferrocarril de Madrid a Sevilla. Tras su construcción y hasta la puesta en servicio de la primera línea de Alta Velocidad española en este mismo trayecto en 1992, la principal mejora que experimentaron las infraestructuras ferroviarias andaluzas fue la sustitución de la tracción vapor por la eléctrica.

Al contrario de lo que sucedió durante la construcción de la línea, la última sección abierta al tráfico  en 1866 fue la primera en ser electrificada. Esta operación se realizó en tres etapas; la primera, entre Santa Cruz de Mudela y Linares-Baeza se puso en tensión el 30 de septiembre de 1957. Le siguió la prolongación de Linares-Baeza a Córdoba, el 23 de febrero de 1960, para culminar con la sección de Alcázar de San Juan a Santa Cruz de Mudela, el 30 de septiembre del mismo año. Buena parte de la inversión realizada fue financiada por los Estados Unidos, como consecuencia de los acuerdos suscritos con el gobierno de dicho país para la instalación de diversas bases militares en territorio español, ya que el ejército norteamericano consideraba estratégico incrementar la capacidad del difícil paso de Despeñaperros para mejorar la conexión de sus bases de Rota y Torrejón. De hecho, junto a la tracción eléctrica, también se implantó un moderno sistema de Control de Tráfico Centralizado (CTC) para agilizar la circulación de los trenes.

El siguiente tramo electrificado correspondió a los 150 kilómetros que separan Madrid de Alcázar de San Juan, inaugurados el 13 de julio de 1963. Por último, la sección de Córdoba a Sevilla, mayoritariamente explotada, desde los años sesenta, con tracción diésel, vio circular las primeras locomotoras y automotores eléctricos el 14 de abril de 1976.

En los primeros años, las locomotoras de la serie 7800 se convirtieron en las reinas de la tracción en el paso de Despeñaperros, mientras que las unidades “suizas” de la serie 600 asumieron los servicios regionales de viajeros. Posteriormente, les acompañaron las magníficas Alsthom de la serie 7600, hasta que en los años ochenta tomaron el relevo las “japonesas” de la serie 269.

LA CONSTRUCCIÓN DE LAS LOCOMOTORAS 7800 DE RENFE

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Construcción de las locomotoras de la serie 7800 de Renfe en los talleres de la Sociedad Española de Construcción Naval. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Dedicamos la última entrada de este blog a la electrificación de la línea general a Andalucía, en la que las locomotoras de la serie 7800 fueron destacadas protagonistas hasta principios de los años noventa. La construcción de estas máquinas fue adjudicada a la Sociedad Española de Construcción Naval empresa que, como su nombre indica, estaba especializada en la fabricación de barcos pero que, con la crisis que experimentó este sector tras el final de la Primera Guerra Mundial, también se introdujo en el sector ferroviario. De hecho, ya en los años veinte había suministrado sus primeras locomotoras eléctricas a la Compañía del Norte, con destino a la difícil rampa de Pajares, proyecto en el que, al igual que con las 7800, también trabajó como licenciataria de las norteamericanas Baldwin y Westinghouse, la primera para el desarrollo de su mecánica y la segunda para el de sus equipos eléctricos.
 
En 1952 Renfe contrató con la Sociedad Española de Construcción Naval el suministro de veinte locomotoras que serían ensambladas en sus talleres de Sestao (Bizkaia), a partir de los subconjuntos remitidos por Baldwin y Westinghouse. Cabe señalar que era la primera vez que la empresa estatal adquiría locomotoras dotadas de tres bogies motores, disposición que, posteriormente, solo se ha repetido con las "japonesas" de la serie 251.
 
Tras su entrega a Renfe, las locomotoras de la serie 7800 se estrenaron en la electrificación de la rampa de Brañuelas, entre León a Ponferrada. Sin embargo, poco después fueron remitidas a Barcelona, donde tampoco duraron mucho tiempo, al ser destinadas, en 1957, a la electrificación del paso de Despeñaperros. Dado que las veinte unidades disponibles resultaron insuficientes para cubrir todo el servicio, en 1958 se amplió la serie con otras nueve unidades que, junto a sus hermanas, fueron asignadas al depósito de tracción de Córdoba-Cercadilla y, a partir de 1970, al de Alcázar de San Juan, donde prestaron servicio hasta su definitiva baja en 1992. En la actualidad, se conservan tres ejemplares: la 7801 en Álcazar de San Juan, la 7809 en Zaragoza y la 7807 en el Museu del Ferrocarril de Vilanova i la Geltrú. Recientemente, ésta última ha sido sometida a importantes trabajos de restauración.



 

PRIMER CENTENARIO DEL FERROCARRIL DE LLUCMAJOR

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Vista lateral de la locomotora Lluchmayor de los Ferrocarriles de Mallorca. Parece que el fogonero intenta ajustar la válvula de admisión de la caldera a martillazo limpio. Fotografía de FerranLlauradó. Archivo Museo Vasco del Ferrocarril 

Ayer, 6 de octubre de 1916 se conmemoraba la inauguración del primer tramo del ferrocarril de Palma de Mallorca a Santanyí. Se trata de la sección que enlazaba la estación de la capital insular con Llucmajor.

 

Llucmajor era, a finales del siglo XIX, la cuarta población en número de habitantes de la isla, por lo que no es de extrañar que ya en 1879 se estudiara el paso del futuro tren de Palma a Manacor por esta localidad. Sin embargo, la vía a Manacor finalmente se construyó a partir de la línea ya existente a Inca y lo mismo sucedió cuando, en 1892, la línea de Felanitx también dejó de lado a Llucmajor.

 

La aprobación de la Ley de Ferrocarriles Secundarios y Estratégicos de 1908, que incluía la construcción del ferrocarril de Palma a Santanyí, permitiría que, finalmente, Llucmajor se viera incluida en la red ferroviaria mallorquina. Gracias a la garantía de interés del 5% del capital invertido en su establecimiento, la Compañía de los Ferrocarriles de Mallorca decidió implicarse en el proyecto, cuya redacción encomendó a su director vitalicio, el ingeniero Eusebi Estada, que estimó un coste de ejecución de 4.915.731.- pesetas. El 30 de octubre de 1912 el Ministerio de Fomento adjudicó la concesión a la citada empresa ferroviaria.

 

A finales de 1913 se iniciaron las obras de construcción de la nueva vía férrea pero sus trabajos se vieron ralentizados, primero, por el abandono de las obras por parte del contratista, y más tarde, por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, iniciada en el verano de 1914, que dificultó la importación de los materiales necesarios y encareció los precios de los fabricados en España. De hecho, no se pudieron recibir las tres locomotoras contratadas con la firma británica Nasmyth & Wilson que, hasta esa fecha, había suministrado todas las locomotoras adquiridas por los Ferrocarriles de Mallorca. Finalmente, fueron sustituidas por otras tres unidades construidas en Barcelona por la Maquinista Terrestre y Marítima.

 

Pese a todas las dificultades, el 6 de octubre de 1916 llegó el gran día cuando, por fin, y tras largos años de espera, se abrió al tráfico el tramo de Palma a Llucmajor. Meses más tarde, el 28 de febrero de 1917, los trenes llegaban a la estación de Campos y el 21 de julio del mismo año quedaba completamente inaugurada la línea hasta Santanyí.

 

A la línea de Palma a Santanyí le corresponde el triste honor (si se excluye el pequeño ferrocarril/tranvía de Consell a Alaró) de haber sido el primero en ser suprimido en Mallorca. El vertiginoso desarrollo del turismo que experimentó la isla en los años sesenta, que podría haber convertido a este pintoresco ferrocarril en un magnífico reclamo para los turistas como en el caso del vecino ferrocarril de Sóller, se convirtió en su condena, ya que su trazado obstaculizaba la ampliación del aeropuerto de Son Sant Joan y la construcción de la autopista que debía comunicar esta infraestructura con la capital. En consecuencia, en lugar de construir un nuevo recorrido, se optó por suprimir el ferrocarril, que vio pasar su último tren el 25 de marzo de 1964.

 



EUSEBI ESTADA

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Dedicábamos la última entrada de este blog al centenario del ferrocarril mallorquín de Palma a Llucmajor, uno más de la densa red ferroviaria de la isla. Por ello, es buena ocasión para recordar la figura del ingeniero Eusebi Estada Sureda, padre de los ferrocarriles de Mallorca, nacido en Palma de Mallorca en 1843 y fallecido en la misma ciudad, el 4 de marzo de 1917 a los 73 años de edad.
Eusebi Estada estudió la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, concluyendo sus estudios en 1868. Defensor acérrimo de la implantación del ferrocarril en su tierra natal, idea desechada por muchos que consideraban que la isla de Mallorca no presentaba las distancias necesarias para garantizar el rendimiento de este medio de transporte, en 1871 publicó el folleto Estudios sobre la posibilidad económica de establecer un camino de hierro de Palma a Inca, con el que intentó demostrar la viabilidad económica de una vía férrea desde la capital, Palma de Mallorca, hasta la población más importante de la isla: Inca. Fruto de sus trabajos y de su capacidad de persuasión ante los capitalistas locales fue la constitución de la Sociedad del Ferrocarril de Mallorca, creada el 9 de junio de 1872 con capital autóctono.
Nombrado ingeniero de la nueva compañía, Eusebi Estada redactó los proyectos constructivos y dirigió las obras del primer ferrocarril de Mallorca, que fueron iniciadas el 21 de enero de 1873 y concluidas, en poco más de dos años, el 24 de febrero de 1875.
El éxito cosechado por este primer ferrocarril insular, animó a la Sociedad del Ferrocarril de Mallorca a ampliar su red, siempre según los proyectos redactados por Eusebi Estada. De este modo, en 1878 se prolongaba el ferrocarril de Inca hasta Sa Pobla, en 1879 se inauguraba el ramal a Manacor, en 1897 la línea a Felanitx y, finalmente, en 1917, la línea de Palma a Santanyí.
Eusebi Estada compaginó sus proyectos ferroviarios con su trabajo como Jefe de Obras Públicas en Mallorca, donde desplegó una amplia labor en la mejora de la red de carreteras y en la construcción de nuevos itinerarios, entre los que destaca el establecido entre Inca y el monasterio de Lluc, ejecutado entre 1888 y 1893.
Infatigable escritor, Eusebi Estada publicó artículos en numerosas revistas, como la de Obras Públicas. Probablemente, su obra más destacada sea el libro La ciudad de Palma, su industria, sus fortificaciones, sus condiciones sanitarias y su ensanche, publicado en una primera edición en 1885, corregida y ampliada en 1892. En este trabajo sintetizó las aspiraciones de la capital mallorquina de romper la barrera que suponía para su crecimiento el cerco de las antiguas murallas, así como el deseo de levantar la prohibición que impedía la edificación a menos de 1.250 metros de distancia de sus defensas.
Asesorado por su cuñado, el general Valeriano Weyler, en su trabajo Estada expuso la inutilidad estratégica de las murallas, la excesiva densidad de población de la ciudad y sus deplorables condiciones sanitarias, sin valorar su valor histórico, lograr su objetivo: el derribo de esta estructura defensiva, iniciado en 1902, y la construcción de un moderno ensanche.
Entre otros cargos, Eusebi Estada fue vocal de la Comisión Provincial de Monumentos y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1902 fue nombrado hijo ilustre de Palma y, en 1939, el Ayuntamiento de la capital decidió otorgar su nombre a la calle que separa la antigua estación de los Ferrocarriles de Mallorca de la del ferrocarril de Sóller.

LA YARDA MALLORQUINA

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Los ferrocarriles de Mallorca se establecieron con el ancho de vía de 915 mm. En España esta medida, únicamente se ha utilizado en esta isla, así como en los pequeños ferrocarriles mineros de Irún a Endarlatza (Gipuzkoa) y de Sierra Alhamilla (Almería). Fotografía de Trevor Rowe. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

En sus estudios para promover la construcción del primer ferrocarril mallorquín, Eusebi Estada valoró concienzudamente la cuestión del ancho de vía con el que se debía establecer. Era evidente que la utilización del ancho normal español, de 1.672 mm, resultaba muy cara y, sin duda, comprometería la futura viabilidad de la empresa concesionaria. Por otra parte, no tenía mayor interés mantener el ancho de vía unificado  con unos ferrocarriles, los de la península, con los que jamás iba a poder enlazar. En consecuencia, Estada se inclinó por utilizar la vía estrecha, pero… ante la variedad de separaciones que ya entonces se utilizaban ¿Cuál sería la mejor?
Eusebi Estada viajó a Gran Bretaña con el propósito de obtener información al respecto y, como bien señala Nicolau S. Cañellas Serrano en su monumental obra sobre los ferrocarriles de Mallorca El ferrocarril a Mallorca, la vía del progres, finalmente se decantó por una medida abiertamente anglosajona: la yarda, es decir, tres pies o 915 mm. Estada justificó la elección de esta galga en qué era la más utilizada por los constructores de material móvil británicos, a los que consideraba los mejores del mundo. Sin duda era consciente de la importancia de su decisión, al afirmar que "Conozco toda la responsabilidad que contraigo resolviendo el problema […] supuesto que todos los caminos que se construyan en el porvenir además del de Palma a Inca tendrán que aceptar el ancho de vía que ahora se adopte […] Si el ancho que propongo no es en absoluto el más acertado, lo es por lo menos en el estado actual del arte de construir ferro-carriles".
La cuestión es que el ancho de vía de 915 mm no fue el más común en Gran Bretaña o en las diferentes colonias de su imperio, donde se impuso una galga superior, sobre todo los 1.067 mm, en África o Australia, y la vía métrica, muy extendida en la India. Por el contrario, la yarda se empleó en numerosos ferrocarriles de vía estrecha de Estados Unidos y Canadá, así como en otros países del continente americano como Colombia.
Ciertamente, el juicio de Estada era correcto y no sólo se utilizaron los 915 mm en el ferrocarril de Inca, sino también en todos los demás ferrocarriles construidos en la isla, tanto por su empresa, Ferrocarriles de Mallorca, como por otras iniciativas como el Ferrocarril de Sóller. Incluso los tranvías de esta última localidad y los de Palma de Mallorca se establecieron con esta galga, hasta el punto que ha sido popularmente conocida como la “yarda mallorquina”.
La “yarda mallorquina” alcanzó su máximo apogeo en 1922, cuando se completó la red ferroviaria de la isla al inaugurarse el ramal de Manacor a Artá. En los años sesenta inició su decadencia, con el sucesivo cierre de las líneas de Santanyí, Felanitx o Artá, así como con la transformación a vía métrica de la línea de Palma a Inca, realizada por Feve en los años ochenta. Posteriormente, la recuperación de los clausurados ramales a Sa Pobla y Manacor también se ha realizado en vía métrica. Sin embargo, el ferrocarril de Palma a Sóller y el tranvía que prolonga su recorrido hasta el puerto de esta última localidad, siguen manteniendo en la actualidad la “yarda mallorquina”.

LA FABRICA DE VAGONES Y SU INFLUENCIA EN BEASAIN Y ORDIZIA (1901-1925)

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El pasado 25 de octubre se presentó en la torre de Igartza (Beasain), el Nº 24 de la colección Beasaingo Paperak. En esta ocasión, y como bien señala el título del nuevo volumen, “La fábrica de vagones y su influencia en Beasain y Ordizia (1901-1925)” el trabajo, obra de los historiadores Juanjo Olaizola Elordi y Martín García Garmendia, estudia la historia de la fábrica de vagones que estableció en 1905 la Sociedad Española de Construcciones Metálicas en Beasain y las repercusiones que esta importante industria tuvo sobre las poblaciones del entorno más inmediato, sobre todo Beasain y Ordizia, pero también, en otras como la vecina Lazkao.
Obras de construcción de la fábrica de vagones de Beasain. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Como señalaron los autores durante la presentación del nuevo libro, en realidad la preparación de esta obra se inició hace más de 110 años cuando el moravo Pablo Weeber fue contratado por la Sociedad Española de Construcciones Metálicas como ingeniero de la nueva factoría. Aficionado a la fotografía, Weeber plasmó con su cámara las obras de construcción de la nueva fábrica de vagones, sus primeros coches y vagones, pero también, las calles y paisajes de las poblaciones del entorno. Hace unos años, el Museo Vasco del Ferrocarril tuvo ocasión de adquirir cuatro grandes álbumes así como un pequeño diario personal que contiene valiosísimas informaciones sobre los primeros años de vida de la fábrica de vagones de Beasain, antecesora de la actual CAF.
Vista de la fábrica de vagones de Beasain, todavía en obras. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

El impresionante legado gráfico de Pablo Weeber se ha convertido, un siglo más tarde, en la base de este nuevo volumen de Beasaingo Paperak. De este modo, las 551 páginas de la obra, con texto bilingüe (euskera y castellano) están iluminadas con 142 fotografías históricas, la mayoría obra del ingeniero moravo, completadas con otras procedentes del archivo de CAF y de Martín García Garmendia, entre otros.
Interior del taller de montaje de la fábrica de vagones de Beasain. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

En la primera parte de la obra, se analizan con detalle los orígenes de la Fábrica de Vagones de Beasain, que se remontan al año 1860, fecha en la que se estableció en Beasain la Fábrica de Hierros de San Martín. Desde su fundación, junto a las vías del ferrocarril del Norte, esta empresa mostró interés por el sector ferroviario aunque diversas vicisitudes como la segunda guerra carlista y diversos cambios en su propiedad, impidieron que pudiera alcanzarse este objetivo aunque hay constancia de que ya en 1892, con la razón social de la Maquinista Guipuzcoana, fabricó ruedas y otros componentes para diversas empresas ferroviarias del entorno como la Compañía del Tranvía de San Sebastián. No sería hasta 1901 cuando, finalmente, logró un contrato para la fabricación de 50 vagones para transporte de mineral para el ferrocarril de Bilbao a Portugalete. Este primer pedido fue seguido de otros con destino al ferrocarril minero de Castro-Alen y para las minas de La Reunión (Sevilla).
Vagón construido en 1906 para el ferrocarril de Lorca a Baza. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

A partir de 1901, las antiguas instalaciones industriales de Beasain experimentaron un cambio radical al integrarse en la Sociedad Española de Construcciones Metálicas. La nueva empresa decidió especializar la factoría en la fabricación de vagones y, para ello, hizo tabla rasa con lo existente, derribando todas las instalaciones para levantar una nueva fábrica diseñada por el ingeniero alemán Franz Melaun con una capacidad para la construcción integral de hasta 3.000 vagones anuales. Los nuevos pabellones fueron proyectados por el arquitecto bilbaíno Luis Landecho y, una vez concluidas las obras, se inició la producción con la construcción de quince vagones tolva para la Sociedad de Gasificación Industrial.
Vagón tolva para la Sociedad de Gasficación Industrial. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

El nuevo volumen de Beasaingo Paperak recorre toda la trayectoria industrial de la fábrica de vagones de Beasain, incluidas las repercusiones de la Primera Guerra Mundial que, a la postre, dieron paso a la constitución de la Compañía Auxiliar de Ferrocarriles (CAF) en 1917, primero como arrendatario y, a partir de 1925, como propietario de las instalaciones fabriles.
Furgón suministrado a la Compañía del ferrocarril de Madrid a Cáceres y Portugal. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

La segunda parte del libro estudia la repercusión que la implantación de una industria como la fábrica de vagones tuvo en su entorno más inmediato. En una pequeña villa como Beasain, la puesta en marcha de una factoría que contaba con más de 2.000 trabajadores, indudablemente alteró su vida económica y social. La vivienda, el comercio, las infraestructuras, la educación, entre otros, son aspectos que se analizan en la obra permitiendo al lector constatar el impacto que, hace un siglo, tuvo esta empresa en el valle.
En 1907, la plantilla de la fábrica de vagones celebró la construcción del nº 1.000 de su producción. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Los interesados, pueden adquirir la obra al conocido distribuidor de libros de temática ferroviaria Ramón Capín a través del siguiente correo electrónico:kioscoplaza@telecable.es
Vista de la fábrica de vagones ya en producción. Fotografía de Pablo Weeber. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

PRIMER CENTENARIO DEL FERROCARRIL DE SARRIÁ A LES PLANES

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Llegada de un tren procedente de Les Planes a la estación de Sarriá. Fotografía de Marcel Le Guay. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Hoy, 28 de noviembre de 2016 se conmemora el centenario de la inauguración del ferrocarril de Sarriá a Les Planes, primera sección de la red de ancho internacional que, en aquel momento construía la Compañía de los Ferrocarriles de Cataluña, S.A. y que, en pocos meses se extendería a las industriosas ciudades de Terrassa y Sabadell, mejorando notablemente sus comunicaciones ferroviarias con Barcelona.

Los orígenes de este pequeño conjunto de líneas, de intensa actividad en el transporte de viajeros, se remontan a 1863, año en el que entró en servicio un ferrocarril de vía ancha entre la céntrica plaza de Catalunya, en Barcelona, y la villa de Sarriá. Explotado con tracción vapor, con el cambio de siglo sus acciones pasaron a manos de un grupo inversor belga que procedió a su electrificación, en 1905, utilizando en sus instalaciones y material móvil tecnología similar a la de los tranvías urbanos. Además, sus promotores decidieron modificar el ancho de vía, para establecer el internacional, común con la mayoría de las líneas de tranvías de Barcelona.

La vida de este pequeño ferrocarril, llamado a integrarse en la red de tranvías de Barcelona, cambió radicalmente cuando el ingeniero Carles Emili Montañés persuadió a su colega y empresario norteamericano Frederik Stark Pearson sobre el potencial de esta línea como base para el futuro desarrollo de una notable red ferroviaria de cercanías que, además, podría prolongar el ancho de vía internacional hasta la frontera francesa, todo ello con tracción eléctrica, ya que el verdadero impulso a sus proyectos era el aprovechamiento de los potentes saltos de agua del Pirineo y su utilización para abastecer a toda Catalunya de energía de origen hidráulico abundante y barata. De este modo, el control sobre un ferrocarril electrificado, así como sobre la red de tranvías, garantizaba un consumo mínimo que permitiría afrontar esta gran aventura empresarial.

Consecuencia de todos estos proyectos fue la constitución, el 1 de abril de 1912, de la Compañía de los Ferrocarriles de Cataluña, S.A. que adquirió la compañía concesionaria del ferrocarril de Barcelona a Sarriá (aunque mantuvo su personalidad jurídica) y se hizo cargo de las concesiones para su prolongación entre Sarriá ySantCugat del Vallés, desde donde partían dos ramales a Terrassa y Sabadell, respectivamente.

La construcción de esta red se realizó en cinco etapas, siendo la primera la que ahora cumple sus primeros cien años de servicio, entre Sarriá y Les Planes. Desde este último punto, la vía se prolongó hasta Sant Cugat el 26 de octubre de 1917, a Rubí el 13 de septiembre de 1918 y desde este punto a Terrassa el 28 de diciembre de 1919. La sección de SantCugat a Sabadell entró en servicio el 1 de junio de 1922. Lamentablemente, los proyectos de prolongar la red hasta la frontera francesa se vieron frustrados tras la prematura muerte del promotor de la empresa, Frederik S. Pearson, en 1915.

Ferrocarriles de Cataluña, S.A. gestionó su pequeña red de 36,5 kilómetros hasta el año 1977, cuando se vio obligada a renunciar a su explotación ante la falta de rentabilidad del servicio. Asumidas provisionalmente por Feve, en 1978 sus líneas se integraron en Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya que, desde entonces, las explota en el marco del denominado Metro del Vallès, esencial para garantizar la movilidad sostenible de buena parte de la población catalana.


 

FREDERICK STARK PEARSON

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Retrato de Frederik Stark Pearson. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Ingeniero y empresario, Frederick Stark Pearson fue, sin duda alguna, el alma mater de la Compañía de los Ferrocarriles de Cataluña, de cuyo primer tramo se conmemora estos días el primer centenario.
 
Nacido en Lowell, Massachusetts (Estados Unidos), el 3 de julio de 1861, Pearson cursó estudios de ingeniería en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology, el famoso MIT. Tras licenciarse en 1883, ejerció la docencia en este centro universitario.
 
En 1886, Pearson pasó a trabajar para el gobierno de los Estados Unidos, principalmente en el estudio de los recursos mineros de diversas regiones de su país y también de Brasil. A la vista de su potencial y dado su espíritu emprendedor, en 1887 decidió crear su primera empresa en el entonces pionero campo de la producción y distribución de energía eléctrica. Sobre esta base, desarrolló una amplia actividad empresarial en Estados Unidos, Brasil, México y Cataluña. En concreto, entre 1887 y 1912 impulsó la creación de 16 compañías eléctricas, ferroviarias y tranviarias, entre las que destacan Somerville Electric Light Co. (1887); Sao Paulo Railway Light and Power Co. Ltd (1889); Mexican Light & Power Co. (1901); Rio de Janeiro Tramway, Light and Power Co. Ltd. (1904) o la Brazilian Traction Light & Power Co. Ltd. (1912). Como se desprende de las razones sociales de estas empresas, en muchas de ellas la producción eléctrica estaba asociada a la explotación de tranvías y ferrocarriles eléctricos, con los que conseguía un consumidor fiable que garantizaba la rentabilidad de sus inversiones. Para financiar sus proyectos, generalmente optó por emitir bonos, motivo por el que en Brasil los tranvías son conocidos como "bondes" dado que Pearson inundó los mercados financieros de dicho país con millones de "bonds".
 
El interés de Pearson por Catalunya se despertó tras conocer al ingeniero Carles Emili Montañés i Criquillion quién, tras invitarle a visitar Barcelona en julio de 1911, le explicó sus planes de desarrollo del sector eléctrico mediante el aprovechamiento de los grandes recursos hidroeléctricos existentes en los Pirineos. La existencia de un gran mercado en expansión, como Barcelona, en las proximidades, garantizaba la rentabilidad de la ingente inversión a realizar para la construcción de embalses, centrales y líneas de transporte en las agrestes montañas pirenaicas. Convencido de las virtudes de la propuesta, en 1911 Pearson decidió organizar la Barcelona Traction, Light & Power Co. así como su filial Riegos y Fuerzas del Ebro, popularmente conocida como «La Canadiense» al ser fundada en la ciudad canadiense de Toronto.
 
Una de las primeras medidas de la nueva empresa fue la toma de control de la red de tranvías de Barcelona, así como del ferrocarril eléctrico de Barcelona a Sarriá y la constitución de la Compañía de los Ferrocarriles de Cataluña para la expansión de sus ambiciosos proyectos ferroviarios. Al mismo tiempo, a partir de 1912 se inició la construcción de las grandes centrales hidroeléctricas de Talarn, sobre las aguas de los ríos Noguera Pallaresa, y de Seròs, en el Segre.
 
Los ambiciosos proyectos de Pearson se vieron truncados el 7 de mayo de 1915 cuando, a la edad de 54 años, falleció al ahogarse en el naufragio del trasatlántico Lusitania, tras ser atacado por un submarino alemán durante la Primera Guerra Mundial. Dos años más tarde, este hundimiento serviría de justificación para la entrada de los Estados Unidos en el conflicto bélico.
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