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Channel: Historias del tren
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130 AÑOS DE MOVILIDAD ELÉCTRICA EN EUSKADI (Y VIII)

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En 1996 Feve electrificó la línea de Bilbao a Balmaseda. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

EL RENACER DE LA TRACCIÓN ELÉCTRICA: EL METRO Y LOS NUEVOS TRANVÍAS

La respuesta a la progresiva toma de conciencia de la sociedad vasca sobre los problemas medioambientales que genera el sector del transporte, se ha traducido en una nueva apuesta por el transporte colectivo, más eficiente y, sobre todo, menos contaminante.
La inauguración del metro de Bilbao dio un nuevo impulso a la movilidad eléctrica en Euskadi. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
En 2002 Euskadi recuperó el tranvía eléctrico, al reimplantarlo en Bilbao. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Entre los frutos de esta apuesta cabe destacar la modernización de los ferrocarriles ya electrificados y la puesta en tensión de otras líneas como la de Bilbao a Balmaseda, de modo que, en la actualidad, cerca del 90% de la red ferroviaria vasca opera con tracción eléctrica, cifra no igualada en ningún otro territorio peninsular y una de las más altas de toda Europa, solo superada por Suiza. Además, en las últimas tres décadas se han creado nuevas infraestructuras, como el moderno metro de Bilbao, y se ha recuperado el tranvía tanto en la capital vizcaína como en Gasteiz. Naturalmente, ambos sistemas funcionan con tracción eléctrica.
Gasteiz introdujo el tranvía eléctrico en 2008. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
En 2011 comenzó a circular en Donostia el primer autobús urbano híbrido

Por otra parte, también se han dado los primeros pasos para recuperar la tracción eléctrica en los transportes urbanos de superficie. En 2011 Donostia puso en servicio su primer autobús híbrido y en 2014 comenzó a circular su primer autobús 100% eléctrico. Un año más tarde, Bilbao también adquirió sus primeras unidades de este tipo.

Autobús urbano 100% eléctrico de Bilbao. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Tren eléctrico de cercanías de Renfe. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

LA MOVILIDAD ELÉCTRICA HOY Y MAÑANA

Pese a los avances experimentados en materia de movilidad eléctrica en los últimos años, el sector del transporte es en la actualidad uno de los más contaminantes. Por tanto, es necesaria una apuesta firme por el transporte público y la movilidad eléctrica para frenar el peligroso cambio climático que puede llegar a comprometer nuestra propia supervivencia.
Los trenes eléctricos de EuskoTren contribuyen a la movilidad sostenible en Euskadi. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Autobús articulado eléctrico construido por Irizar. Fotografía de Iñaki Arrizabalaga Bengoetxea

La energía eléctrica es la única que puede generarse a partir de recursos renovables (eólica, solar, hidráulica). En la actualidad, el 54% de la energía eléctrica que se genera en España no emite gases contaminantes a la atmósfera y es de esperar que este porcentaje mejore progresivamente en los próximos años.
Cerca de 90 millones de viajeros utilizan todos los años los trenes eléctricos del metro de Bilbao. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

En su apuesta por el desarrollo sostenible, el Gobierno Vasco ha aprobado recientemente el Plan Integral de Movilidad Eléctrica (PIME) que, con una inversión de 494 millones de Euros hasta el año 2020, pretende incrementar en un 20% el número de pasajeros de los medios de transporte colectivo eléctricos, así como incrementar en un 300% el parque de automóviles eléctricos de Euskadi.
El tren eléctrico de mercancías también debe jugar un papel clave en el desarrollo sostenible. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

En todo caso, el PIME solo es un primer paso hacia un objetivo mucho más ambicioso: garantizar la movilidad de los ciudadanos de Euskadi mediante alternativas sostenibles. Afortunadamente, nuestro tejido industrial cuenta con empresas como CAF, Irizar, Ingeteam o Bombardier y centros tecnológicos como Cidetec e Ikerlan, altamente capacitados para alcanzar esta meta. Los medios de transporte colectivos, los de mayor eficiencia energética, trenes, metros, tranvías, autobuses eléctricos y cualquier otro sistema como el trolebús, capaces de operar con tracción eléctrica, deben adquirir en el futuro inmediato un papel fundamental en nuestra movilidad.

El trolebús también puede contribuir a mejorar la movilidad sostenible en Euskadi. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

PRIMER CENTENARIO DEL FERROCARRIL DE PONFERRADA A VILLABLINO (I)

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Cruce de trenes en la estación de Matarrosa. Fotografía de Martín Dieterich

Hace un siglo y como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, España padeció la primera crisis energética de su historia. El aumento de la actividad económica debido al crecimiento de la demanda de nuestros productos por parte de los países beligerantes, unida a la paralización de las importaciones del carbón, que en 1914 suponía cerca del 40% del consumo nacional, a consecuencia de la caída de la producción del mayor exportador, Gran Bretaña, y del bloqueo del comercio marítimo por la amenaza de los submarinos alemanes, provocaron graves problemas de desabastecimiento de un combustible entonces esencial para la industria y el transporte.

La crisis del carbón afectó especialmente al ferrocarril español que en aquella época era absolutamente dependiente de este combustible. Su escasez incentivó a los especuladores y su precio experimentó una rápida escalada, con un aumento del 324% entre 1913 y 1918, que fue paralelo a la caída de su calidad, al extraerse en España fósiles de menor poder calorífico y mayor porcentaje de escorias y volátiles improductivos. Todo ello afectó a la situación financiera de las diferentes concesionarias de la época, como queda patente en la Memoria del proyecto de electrificación del ferrocarril de Valancia a Bétera redactada en 1918, en la que los técnicos de la Compañía de Tranvías y Ferrocarriles de Valencia señalaban que “al solicitar de la superioridad la autorización que el caso requería para implantar en sus líneas férreas la tracción eléctrica tuvo necesidad esta Compañía de imponerse cuantiosos sacrificios, para realizar esta mejora ante el temor de que perdurasen las circunstancias anormales ocasionadas por la guerra mundial cuyas funestas consecuencias a todos alcanza, notándose en todos los órdenes un desquiciamiento y un desequilibrio social que se agrava de día en día y exige por lo tanto esfuerzos supremos para conllevar este estado de anormalidad tan espantoso. El peligro que en aquel entonces apuntábamos de la carestía del carbón es un hecho y las explotaciones resultan hoy deficientes y ruinosas”.

Sin embargo, la electrificación ferroviaria era una solución cara y exigía unos plazos incompatibles con la urgencia de la situación. Por ello, el gobierno tomó diferentes medidas para, por una parte, racionalizar el consumo, entre las que destaca la Real orden de 27 de septiembre de 1917 para ahorro de combustible, por la que las empresas ferroviarias se vieron en la obligación de suprimir la circulación de numerosos trenes de viajeros y mercancías, y, por otra, para incentivar la producción de carbón nacional.
La locomotora Nº 21 llegó al Bierzo procedente del ferrocarril de Villaodriz a Ribadeo para participar en las obras de construcción del ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Fotografía de Xavier Santamaría

La Ley de Ferrocarriles Carboneros

Entre las medidas tomadas por el gobierno para incentivar la producción carbonera nacional una de las más importantes fue la promulgación, el 14 de marzo de 1918, de la Ley de Ferrocarriles Carboneros. Su objetivo no era otro que el de acelerar los plazos para el establecimiento de nuevas vías férreas que facilitasen la puesta en explotación de yacimientos de carbón de calidad que carecíeran de medios de transporte de la suficiente capacidad para poder trasladar la producción a los principales centros de demanda.

La Ley de Ferrocarriles Carboneros permitía reducir los plazos de gestión de las concesiones, de modo que el Ministerio de Fomento se comprometía a estudiar los proyectos en el plazo de tres días y en otros diez a practicar el reconocimiento del trazado. Para las tareas de confrontación del proyecto se contaba con un máximo de tres días por kilómetro y el proceso de información pública no excedería de un mes, más otros quince días para su exposición pública, plazos que contrastaban notablemente con la media de dos años necesarios para la tramitación ordinaria de un proyecto similar.

A la Ley de Ferrocarriles Carboneros se acogieron diversas iniciativas. Algunas no llegaron a materializarse, como es el caso del ferrocarril de Puertollano a La Carolina, pero otras tuvieron más suerte. Entre éstas cabe destacar las líneas de Puertollano a Conquista, la de Calahorra a Arnedillo y a las minas de Préjano y, sobre todo, la de Ponferrada a Villablino, sin duda, la más importante de todas e imprescindible para la puesta en valor de los ricos yacimientos hulleros de la Laciana y el Bierzo leonés.
Las primeras diez locomotoras del ferrocarril de Ponferrada a Villablino fueron suministradas por la firma norteamericana Baldwin. Fotografía de Martín Dieterich

La Compañía Minero Siderúrgica de Ponferrada

La riqueza minera del entorno del Bierzo es conocida desde la antigüedad, como queda patente en el impresionante paisaje de las Médulas, fruto de la brutal explotación realizada en época romana en busca de oro y otros metales.

Afinales del siglo XIX las riquezas minerales del Bierzo volvieron a llamar la atención de industriales y especuladores, pero fue el hierro y no el carbón el primer motivo para la construcción de ferrocarriles mineros en la comarca. El empresario y propagandista vasco Julio Lazurtegui centró su interés en el extenso coto minero Wagner, con más de 200 millones de toneladas de mineral de gran calidad ubicados a apenas dos kilómetros de la estación de la Compañía del Norte de San Miguel de Dueñas. Sin embargo, pese a su proximidad a la vía férrea, el promotor vasco pensó que era fundamental controlar toda la cadena logística de la explotación y, en consecuencia, planteó la construcción de un tren minero hasta la costa cantábrica, hacia los puertos de Pravia o Ribadeo, donde se podría embarcar el mineral con destino a las industrias siderúrgicas consumidoras de toda Europa. La segunda opción contaba a su favor con el hecho de que el propio Lazúrtegui tenía intereses en la zona y, de hecho, en 1903 construyó el ferrocarril de Villaodriz a Ribadeo para atender sus minas de hierro de A Pontenova (Lugo).

Lazúrtegui no logró reunir los recursos financieros necesarios para materializar su iniciativa. Sin embargo, la crisis energética provocada por la Primera Guerra Mundial y la consiguiente escalada del precio del carbón se convirtió en la oportunidad propicia para relanzar sus proyectos, aunque en este caso, vinculados a las explotaciones de este combustible.

El 18 de junio de 1918 el Ministerio de Fomento solicitó a las Cortes la aprobación de un proyecto de Ley por el que se otorgaría a Pedro Ortiz Muriel, que actuaba en representación de un consorcio de empresarios interesados en diversos yacimientos hulleros del Bierzo, la concesión para la construcción y explotación de un ferrocarril de vía métrica entre Ponferrada y Villablino por un plazo de 80 años. Gracias a la Ley de Ferrocarriles Carboneros, la tramitación de este expediente fue extraordinariamente rápida y apenas un mes más tarde, el 23 de julio, el Rey Alfonso XIII sancionaba en San Sebastián la oportuna autorización.

Iniciados los trabajos, los promotores del ferrocarril constituyeron el 31 de octubre de 1918 la Compañía Minero Siderúrgica de Ponferrada, con un capital social de 30 millones de pesetas, encabezada por José Luis Ussía Cubas, que ostentaba el cargo de presidente, José Luis Villabaso Gorrita, Francisco Ussía Cubas, Francisco Arana Lupardo, Juan Manuel Landaluce, Pedro Ortiz Muriel y el propio concesionario de la línea, José Ortiz Muriel. Como la propia razón social de la empresa indicaba, además de los yacimientos carboníferos de la zona también tenían previsto explotar las minas de hierro del entorno de San Miguel de Dueñas e incluso la construcción de una planta siderúrgica, en una comarca especialmente dotada de recursos naturales para ello, al disponer de las principales materias primas; carbón y hierro, en abundancia.
Mariano de Corral suministró los vagones de mercancías del ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

En tiempo récord

El 16 de octubre de 1919 el gobierno autorizó la transferencia de la concesión otorgada el año anterior a Pedro Ortiz Muriel a la Minero Siderúrgica de Ponferrada, pero para entonces el ferrocarril minero ya se encontraba plenamente operativo.

El Ministerio de Fomento aprobó el proyecto constructivo el 25 de julio de 1918 y ese mismo día se iniciaron las obras en Ponferrada, que se desarrollaron con inusitada celeridad. La propia autorización exigía su puesta en marcha en un plazo máximo de 14 meses, periodo verdaderamente exiguo para una línea de más de 60 kilómetros y que, sin embargo, se redujo aun más pese a las dificultades de todo tipo que surgieron durante su construcción. Los trabajos llegaron a concentrar más de 4.800 obreros, pero la epidemia de gripe que asoló Europa dicho año redujo los efectivos durante el invierno a poco más de 1.200. Por otro lado, el desabastecimiento de materias imprescindibles, sobre todo de productos siderúrgicos, amenazó con paralizar las obras e incluso fue necesario realizar tendidos de vía provisionales para adelantar el asiento de vía mientras se perforaban los túneles de mayor envergadura.

Para acelerar las obras, los promotores del ferrocarril alquilaron locomotoras a diversos operadores de ferrocarriles de vía métrica, como el de Villaodriz a Ribadeo, el Plazaola, los Secundarios de Castilla e incluso del lejano Alicant a Dénia, mientras se esperaba la llegada de las diez locomotoras contratadas con la norteamericana Baldwin. Al mismo tiempo, se adquirieron las tolvas para el transporte de mineral y los restantes vagones para el transporte de mercancías al constructor bilbaíno Mariano de Corral y los coches de viajeros a la zaragozana Carde y Escoriaza.

Gracias al gran impulso dado a las obras por sus promotores, se llegaron a tender hasta 600 metros diarios de vía. La construcción incluía la perforación de 650 metros de túneles, la excavación de 735.000 metros cúbicos de tierra, el levante de 75.000 metros cuadrados de muros de sostenimiento, el montaje de 10 puentes y la edificación de siete estaciones y ocho apeaderos.

Ciertamente, la rápida construcción de los 61,65 kilómetros del ferrocarril de Ponferrada a Villablino se convirtió en un caso único en España. De hecho, los trabajos estaban prácticamente concluidos cuando apenas había transcurrido un año desde que el gobierno sancionó su concesión, hasta el punto que el mismo día en que ésta se otorgó, un 23 de julio, pero de 1919, se celebró su inauguración y apertura al servicio.

Un tren de carbón maniobra en la estación de Villablino. Fotografía de Xavier Santamaría

PRIMER CENTENARIO DEL FERROCARRIL DE PONFERRADA A VILLABLINO (II)

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En 1938 el ferrocarril de Ponferrada a Villablino reforzó su parque motor con dos locomotoras adquiridas de ocasión a los Ferrocarriles Vascongados. Fotografía de Xavier Santamaría

Carbón, pero también viajeros

No cabe duda que el objetivo principal del ferrocarril de Ponferrada a Villablino era el transporte de carbón. De hecho, a lo largo de su historia, abrió nuevos ramales y apartaderos para atender las minas del entorno, siendo los más destacados los que desde Villablino se dirigían, por una parte a Caboelles, de 8,5 kilómetros de longitud, y por otra a Villaseca, con otros 7 kilómetros de extensión. Sin embargo, desde sus inicios el ferrocarril también operó servicios de transporte de mercancías de todo tipo y de viajeros, con dos circulaciones diarias a lo largo de toda la línea.
La locomotora Nº 31 fue adquirida de ocasión al ferrocarril del Plazaola. Durante años fue la titular del tren correo que enlazaba a diario Ponferrada y Villablino. Fotografía de Xavier Santamaría

Durante la Segunda Guerra Mundial, se reprodujeron en España los problemas energéticos vividos durante la Primera, lo que supuso la reactivación de las explotaciones mineras del Bierzo y el aumento de la demanda de transporte en el ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Para poder afrontar el incremento del tráfico, la Minero Siderúrgica de Ponferrada optó por adquirir locomotoras de vapor de ocasión al ferrocarril del Plazaola y a los Ferrocarriles Vascongados. Los resultados de éstas últimas fueron tan positivos que en los años cincuenta contrató con la valenciana Macosa la construcción de cuatro nuevas unidades prácticamente idénticas.
En 1950 el ferrocarril de Ponferrada a Villablino adquirió a Macosa dos locomotoras prácticamente idénticas a las compradas de ocasión a los Ferrocarriles Vascongados. Fotografía de Xavier Santamaría

El progresivo desarrollo de la electricidad también afectó positivamente al ferrocarril de Ponferrada a Villablino, ya que el gobierno decidió construir en Ponferrada una de las primeras grandes centrales térmicas del país, lo que implicó establecer un ramal para poder transportar hasta ella el combustible necesario. En la actualidad, sus instalaciones conforman la sede del Museo Nacional de la Energía.
En 1956 el ferrocarril de Ponferrada a Villablino adquirió otras dos locomotoras a Macosa para reforzar su parque motor. Fotografía de Xavier Santamaría

Años más tarde, la central de Compostilla II tomaría el relevo a la de Ponferrada, lo que exigió construir un ramal desde la estación de Cubillos de Sil. Mientras tanto, el desarrollo de otras fuentes de energía, sobre todo las derivadas del petróleo, fue restando importancia al trasbordo del carbón en Ponferrada a los vagones de Renfe para su distribución por toda España.

Gracias al fácil acceso al combustible, el ferrocarril de Ponferrada a Villablino siguió apostando durante años por la tracción vapor, hasta el punto en que su tren Correo se convirtió en el último de toda Europa Occidental arrastrado por esta clase de locomotoras, hasta su definitiva supresión el 10 de mayo de 1980. A partir de esta fecha, la explotación se centró exclusivamente en el transporte de carbón y, poco después, se introdujeron las primeras locomotoras diésel, cuya progresiva implantación y el paulatino declive del servicio, permitieron jubilar las últimas máquinas de vapor en 1989.
En 1980 dejó de circular el último tren de viajeros con tracción vapor de Europa Occidental: el correo de Ponferrada a Villablino. Fotografía de Martín Dieterich

A mediados de los años ochenta, la práctica totalidad del carbón transportado por el ferrocarril de Ponferrada a Villablino tenía como destino la central térmica de Compostilla II, por lo que el tramo final entre Cubillos de Sil y Ponferrrada solo era cubierto para poder trasladar el combustible a los lavaderos situados en esta última ciudad, para retornar nuevamente a Cubillos. Por ello, la construcción de un nuevo lavadero y de talleres para el material móvil en Villablino, trajo consigo la clausura de este trayecto a partir del 18 de julio de 1996. Además, gracias a diversas ayudas públicas, en estos años se renovó por completo la vía desde Villablino hasta Cubillos, se modernizaron sus instalaciones de seguridad y se adquirieron de ocasión tres locomotoras ALCo de la serie 313 de Renfe, convenientemente adaptadas al ancho de vía métrico.
A comienzos de los años ochenta se inició la dieselización de la tracción del ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Fotografía de Martin Dieterich

Cuando en 1999 caducó la concesión original por 80 años, la Junta de Castilla y León, nueva titular de la línea, renovó el convenio con la Minero Siderúrgica de Ponferrada durante otros 50 años. Poco después, esta empresa fue adquirida por Coto Minero Cantábrico. Nuevas ayudas públicas permitieron sustituir las viejas tolvas suministradas por Mariano de Corral en 1919 por 140 nuevos vagones construidos por Renfe, así como la adquisición de otra locomotora ALCo. De este modo, con el ferrocarril renovado en su integridad, la línea siguió transportando carbón desde la Laciana hasta la central de Cubillos de forma eficiente.
En 1981 el ferrocarril de Ponferrada a Villablino contrató a Macosa cuatro locomotoras diésel. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

Lamentablemente, el progresivo abandono del carbón como fuente de generación de energía eléctrica y la crisis generalizada de este sector minero en España afectó directamente al ferrocarril de Ponferrada a Villablino que desde octubre de 2012 no registra el paso de trenes de mineral. Al mismo tiempo, Coto Minero del Cantábrico entró en proceso de administración concursal.
A finales de los años noventa el parque móvil del ferrocarril de Ponferrada a Villablino se renovó con locomotoras adquiridas de ocasión a Renfe y nuevos vagones tolva. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi

En la actualidad, la situación del centenario ferrocarril de Ponferrada a Villablino es incierta. El administrador concursal ha vendido parte del material móvil, mientras que la Junta de Castilla y León ha recuperado la titularidad de la concesión. Existen proyectos para recuperar la línea como ferrocarril turístico, proyecto que sin duda puede alcanzar un notable éxito gracias al valor histórico de los vehículos que todavía se conservan, muchos de ellos preservados en el Museo del Ferrocarril de Ponferrada, y a la belleza de los paisajes que recorre la línea a través del valle del Sil.

TRENES DE PAPEL: 150 AÑOS DE EXPEDICIONES AMBULANTES Y COCHES CORREO EN ESPAÑA

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Gracias al esfuerzo de la editorial de la revista Maquetren, los investigadores, estudiosos y aficionados del ferrocarril español tenemos a nuestra disposición una nueva obra que, sin duda, será todo un referente en la materia: TRENES DE PAPEL: 150 AÑOS DE EXPEDICIONES AMBULANTES Y COCHES CORREO EN ESPAÑA.
Furgón postal de Feve. Fotografía de Enric Vives
 
Fruto del trabajo investigador de tres empleados de Correos; Gaspar Martínez Lorente, Pedro Navarro Moreno y Javier Berbel Silva, equipo al que se ha unido el conocido investigador de temas ferroviarios Pedro Pintado Quintana, el nuevo volumen publicado por Maquetren nos ofrece una completa visión de la historia del transporte del correo por ferrocarril en España. El libro, estructurado en dos amplias secciones, presenta, en la primera de ellas, la historia y evolución de los vehículos utilizados en nuestro país en el transporte postal, tanto los pertenecientes a la Dirección General de Correos, como los que eran propiedad de las diferentes compañías de vía ancha y estrecha que prestaron este servicio. En la segunda parte el trabajo analiza la organización del transporte postal por ferrocarril.
Interior del departamento de Correos del coche TCE-4 de los Ferrocarriles Vascongados. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Los orígenes, tanto del correo como del ferrocarril se pierden en la noche de los tiempos. Sin embargo, hasta el desarrollo de la revolución industrial ambos sistemas de comunicación tenían una utilidad muy restringida: los servicios de postas solo estaban al alcance de las minorías más pudientes mientras que los primitivos trenes arrastrados por mulas únicamente se empleaban en pequeños trayectos con una elevada demanda, como podía ser el entorno de una mina o el enlace entre dos canales de navegación.
Alsasua, tren postal de Madrid a Hendaia. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
 
La invención de la máquina de vapor fue trascendental para el desarrollo del ferrocarril como medio universal de transporte. El primer motor inventado por la humanidad tenía una gran limitación: el elevado peso, tanto de la caldera como de la ingente cantidad de combustible y de agua que necesitaba para su funcionamiento. De haber sido más ligero, probablemente se habría podido aplicar directamente al transporte por carretera, pero su gran tara exigió la utilización de un camino especial, capaz de soportarla: el camino de hierro.
Coche DDO de la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, en el que se aprecia el buzón para el servicio de correos. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
A partir de 1830, gracias al perfeccionamiento de las primitivas locomotoras de vapor realizado por Georges y Robert Stephenson, el ferrocarril se convirtió en el primer medio de transporte terrestre impulsado por fuerza mecánica y ante sus innumerables ventajas frente a carretas y diligencias, pronto se tejió una densa red de comunicaciones que al finalizar el siglo XIX cubría con mayor o menor densidad prácticamente todo el planeta.
Recogida del correo en la estación de Zuasti (Navarra). Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
 
Los diversos gobiernos europeos y sus servicios postales pronto comprendieron las ventajas que podía aportar al transporte del correo el rápido desarrollo de la red ferroviaria. El tiempo necesario para el envío de una carta se podía reducir de semanas a días o incluso a unas pocas horas y, además, tenía capacidad sobrada para trasladar no solo correspondencia, sino toda clase de paquetes y envíos postales. De este modo, no es de extrañar que a la hora de otorgar las oportunas concesiones a las empresas privadas interesadas en establecer una vía férrea, una de las exigencias habituales de los poderes públicos fuera el de ofrecer el transporte gratuito del correo, así como la reserva de al menos un hilo telegráfico para las necesidades gubernamentales. Así lo establecía, en nuestro propio país, la primera Ley para regular la construcción de ferrocarriles en España, la misma que cometió el grave error técnico de establecer un ancho diferente al predominante en el resto de Europa, que fue promulgada el 31 de diciembre de 1844. Mucho más acertado fue el artículo 29 del citado texto legal en el que se indicaba que «Las cartas y pliegos, así como sus conductores o agentes necesarios al servicio del correo, serán trasportados gratuitamente por los convoyes ordinarios de la compañía en toda la extensión de la línea».
30 de septiembre de 1982. Último servicio ambulante del trenet de València. Fotografía de Juanjo Olaizola Elordi
 
En consecuencia, gracias a la máquina de vapor, el transporte, tanto de personas como de información, se democratizó, dejó de ser algo al alcance únicamente de las élites, para estar a disposición de todos los ciudadanos. De la mano de la locomotora nuestra sociedad conoció la primera globalización. Gracias al tren, fue posible difundir noticias, ideas, conocimientos y, en definitiva, la cultura y, por supuesto, fue posible viajar de forma rápida, cómoda y barata a lugares hasta entonces remotos.
Matasello del último servicio ambulante del trenet de València. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Durante cerca de siglo y medio el tren fue el principal medio para el transporte del Correo. En todos los ferrocarriles de servicio público circulaba diariamente al menos un tren que, además de trasladar pasajeros en primera, segunda o tercera clase, también atendía las necesidades del servicio postal. Dada la trascendencia de éste, eran comúnmente conocidos como «trenes correo». A las estaciones acudían los carteros a recoger y entregar la correspondencia, mientras que complejas redes de distribución acercaban este servicio a las poblaciones del entorno, convirtiéndolo en universal. Muchos eran también los ciudadanos que, deseando la entrega más rápida posible de sus cartas, las depositaban en el buzón situado en el furgón postal, con lo que garantizaban su reparto a la mañana siguiente. 
Carga de paquetería postal en una unidad "suiza". Fotografía de Jordi Escudé i Coll
 
Correo y ferrocarril tejieron hasta 1993 una rica historia técnica y humana, hasta ahora poco conocida y apenas tratada en algunos artículos publicados en revistas especializadas, difíciles de consultar en la actualidad. Ahora, cuando se conmemora el 25 aniversario de la supresión de los últimos trenes postales y gracias a la labor investigadora de tres grandes profesionales de Correos y, a su vez, amigos del ferrocarril, junto con nuestro compañero Pedro Pintado,ve la luz este libro, en el que el lector podrá encontrar respuesta a cualquier cuestión relacionada con esta interesantísima faceta de nuestra historia ferroviaria: la evolución de los servicios, el parque de material móvil utilizado y, lo que es más importante, el testimonio de aquellos que trabajaron en ellos como Ambulantes.
Servicio postal en la estación de Terrassa. Fotografía de Jordi Escudé i Coll
 
Como cantaba Concha Piquer, «aquel Ambulante de Correos, aquel no volverá», pero nos queda el recuerdo, la historia y el legado de un servicio que, de la mano del tren, se convirtió en fundamental para el desarrollo económico, social y cultural de nuestro país. Para conocer todos sus detalles, os animamos a sumergiros en la lectura de este gran trabajo. ¡Seguro que el viaje resulta apasionante!

PRIMER CENTENARIO DEL FERROCARRIL DE PONFERRADA A VILLABLINO (III)

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JULIO LAZÚRTEGUI GONZÁLEZ

Julio Lazúrtegui González fue el principal propagandista y divulgador de las riquezas mineras del Bierzo y de la necesidad de construir ferrocarriles que pudieran ponerlas en valor sin depender de terceros. El centenario ferrocarril de Ponferrada a Villablino es directo reflejo de sus trabajos.

Nacido en Bilbao el 31 de enero de 1859, Julio Lazúrtegui cursó sus primeros estudios en la capital vizcaína. Posteriormente continuó su formación en Francia, Gran Bretaña y Alemania y aunque no llegó a obtener ningún título universitario, gracias a los amplios conocimientos que adquirió en minería y siderurgia se convirtió en un referente para el sector. Gracias a ello, en 1887 pasó a formar parte del Círculo Minero y dos años más tarde fundó la sociedad Rochet y Cía,con el propósito de explotar nuevos yacimientos de mineral en Bizkaia.

Lazúrtegui pronto tomó conciencia de la necesidad de buscar nuevos yacimientos que garantizasen la prosperidad que había alcanzado Bizkaia a finales del siglo XIX. Una vez en explotación los principales recursos de la región, orientó su interés hacia otros territorios hasta entonces inexplotados, sobre todo en el noroeste peninsular, como es el caso de las minas de A Pontenova, en el norte de Lugo y, sobre todo, en el Bierzo. Sus trabajos e inquietudes quedarían años más tarde plasmados en una obra a la que dio el significativo título de Una nueva Vizcaya a crear en el Bierzo. Altos hornos y acería en Ponferrada, publicada en Bilbao en 1918.

La intensa labor propagandística y divulgadora de Julio Lazúrtegui se tradujo en la publicación de más de cuarenta obras, entre las que destacan; Una excursión minero-metalúrgica a Escandinavia (Bilbao, 1898); Las minas de hierro en Vizcaya (Bilbao, 1900); El comercio Ibero-americano por el puerto de Bilbao (Bilbao, 1907); Ensayo sobre la cuestión de los minerales de hierro, ayer, hoy y mañana (Bilbao, 1910), La reunión del Instituto del hierro y del acero en Leeds (Bilbao, 1912); El desarrollo de la metalurgia nacional ante la conflagración europea (Bilbao, 1914); La hulla, el hierro y el ferrocarril ante la conflagración europea, con aplicaciones a España (Bilbao, 1916) o El problema ferroviario y el de la integral reconstrucción económica de España(Bilbao, 1920).

Julio Lazúrtegui fue presidente del Centro de la Unión Iberoamericana en Bizkaia, presidente del Círculo Minero, vicepresidente de la Cámara de Comercio y presidente de la Sociedad Coral de Bilbao. Además, en calidad de miembro del Instituto del Hierro y del Acero participó en diversas reuniones internacionales en Cardiff, Londres, Leeds, Glasgow, Estocolmo, Bruselas, Düsseldorf y otros granes centros siderúrgicos Europeos. Asimismo, promovió la organización de grandes exposiciones y de todo tipo de actos divulgativos. El gobierno sueco le nombró caballero de la Orden de Wassa en 1901. Falleció en Bilbao el 4 de agosto de 1943. En la actualidad, una de las principales plazas de Ponferrada honra su memoria.

PRIMER CENTENARIO DEL FERROCARRIL DE PONFERRADA A VILLABLINO (IIII)

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Plano de la patente de los vagones tolva con descarga automática patentados por Mariano de Corral. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Las tolvas de Mariano de Corral

Los promotores del ferrocarril de Ponferrada a Villablino encomendaron la construcción de todos los vagones precisos para el transporte de mercancías al constructor bilbaíno Mariano de Corral, directo antecesor de la actual Amurrio Ferrocarril y Equipos, firma especializada en la producción de aparatos de vía. Entre los vehículos suministrados destacaban las tolvas para el transporte de carbón, principal objetivo de la nueva vía férrea, que contaban con un sistema de descarga automática patentado por el propio fabricante con el  número 39.890 el 10 de enero de 1907.

El sistema consistía en dos compuertas colocadas en el bastidor del vagón que podían abrirse al ser accionadas por un disparador situado en la instalación de descarga, facilitando el vaciado del vagón y su posterior cierre automático. De este modo, un tren completo podía descargarse en cuestión de minutos y sin necesidad de personal, algo muy conveniente en un ferrocarril minero.
Fotografía de fábrica de los vagones tolva construidos por Mariano de Corral para el ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras obtener su patente, Mariano de Corral recibió el primer pedido de vagones tolva con el nuevo sistema de descarga y cierre automático; diez unidades con destino al ferrocarril de las Minas de Aznalcóllar al Guadalquivir, que fueron entregados en 1908.Sin embargo, y a pesar del buen funcionamiento de los vagones suministrados a la empresa andaluza, la difusión del nuevo modelo fue en sus primeros años muy limitada, ya que la mayoría de las empresas ferroviarias fueron reacias a sustituir los vagones destinados al transporte de minerales, muchos de ellos de reciente construcción, por el nuevo diseño. Finalmente, en 1918 se materializó el primer pedido de importancia: 60 unidades parael ferrocarril de Ponferrada a Villablino. Posteriormente, y debido a su buen resultado, la serie se amplió con otras ochenta unidades de un nuevo modelo que presentaba algunas modificaciones respecto al anterior, entre las que destacaba el incremento de su capacidad, al admitir una carga máxima de 15 toneladas, frente a las 10 de las anteriores. Este diseño también fue patentado mediante un nuevo privilegio de invención, el 69.495, con el que Mariano de Corral obtuvo una medalla de plata en la Exposición Nacional de Ingeniería celebrada en Madrid en el año 1919.

Los vagones tolva construidos por Mariano de Corral ofrecieron en el ferrocarril de Ponferrada a Villablino un magnífico resultado. De hecho, el único inconveniente que presentaron en su explotación era el de su descarga, pero no por fallos del sistema sino por las propias características del mineral transportado, ya que el carbón de las cuencas berzianas presentaba una clara tendencia al apelmazamiento, por lo que los operarios debían golpear las paredes de los vagones para ayudar a su vaciado, hecho que, por otra parte, demostraba la sólida construcción de estos vehículos.
Tolva construida por CAF en 1939 para el ferrocarril de Ponferrada a Villablino, dotada del sistema de descarga automática de Mariano de Corral. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Gracias a su buen resultado, la Sociedad Minero Siderúrgica de Ponferrada contrató más vagones tolva sistema “Corral”, construidos tanto en la factoría bilbaína, como, bajo la correspondiente licencia, por los astilleros Euskalduna de Bilbao y la CAF de Beasain.

160 AÑOS DEL FERROCARRIL DE TERRASSA A MANRESA (I)

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Viaducto de Olesa en 1965. Fotografia de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Tras el éxito del primer ferrocarril peninsular, inaugurado en 1848 entre Barcelona y Mataró, nuevas iniciativas comenzaron a tejer una densa red ferroviaria que pronto superaría el ámbito catalán para extenderse a las regiones limítrofes. El primer paso en este proceso fue la apertura de la línea de Terrassa a Manresa, abierto al servicio hace ahora 160 años, cuya vocación no era otra que alcanzar, primero Lleida y, a continuación, Zaragoza, donde a su vez se podría proseguir hasta Madrid. Por ello, este proyecto, el de mayor envergadura de la época, fue declarado como «línea general de primer orden».

José Manuel Planas Compte, notario y diputado provincial fue uno de los más destacados impulsores del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, compañía financiada por capital catalán, sobre todo de los hermanos Girona y de otras empresas relacionadas con la Sociedad Catalana General del Crédito, la entidad financiera más importante de aquel tiempo. Contó también con la participación del capital francés de Marcuard et Cie de París, que aportó aproximadamente una cuarta parte de la inversión total.
Plano original del tramo de la estación de Olesa donde está ubicado el viaducto del Boixadell. Archivo del Museo del Ferrocarril de Catalunya

El 27 de noviembre de 1852 el gobierno otorgó la preceptiva concesión a la Compañía del Ferro-carril de Barcelona a Zaragoza, autorización que sería posteriormente refrendada el 6 de julio de 1855. La nueva empresa se constituyó con un capital social de 171 millones de reales que se dividieron en 90.000 acciones. Además, recibió por parte del Gobierno una subvención de 80 millones de reales por los 367 km de la línea.

En principio, el ferrocarril de Barcelona a Zaragoza tenía su punto de origen en la población de Montcada, dado que el tramo de Barcelona a esta localidad ya estaba concedido al Ferrocarril de Barcelona a Granollers. En consecuencia, para acceder a la ciudad condal sus trenes tenían que pagar un peaje. Esta situación se mantuvo hasta 1862, año en que la compañía Barcelona a Zaragoza pudo alargar la línea con los 11 kilómetros que faltaban hasta Barcelona, aunque la autorización de este tramo incluía la prohibición de instalar estaciones intermedias en ese tramo, con el fin de evitar la competencia con la citada línea de Granollers.
El ferrocarril llegó a Terrassa en 1856. Fotografía de Jordi Escude i Coll

Obtenida la concesión, los promotores del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza emprendieron de inmediato las obras y el 15 de febrero de 1855 circulaban los primeros trenes entre Montcada y Sabadell. Un año más tarde, el 16 de marzo de 1856, la vía férrea alcanzaba la otra gran población del Vallés, Terrasa.
Tren de viajeros estacionado en San Vicenç de Castellet.Fotografia de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La construcción del tramo Terrassa a Manresa

La continuación de las obras desde Terrassa hacia Manresa presentaba, frente al tramo anterior, notables dificultades, debido a la abrupta orografía del terreno, convirtiéndolo, por la cantidad de obras de fábrica y de movimientos de tierras realizados, en la obra ferroviaria más compleja realizada hasta esa fecha en España. Los promotores de la empresa confiaron para la dirección de la obra en el ingeniero de caminos, canales y puentes, Pedro de Andrés i Puigdollers, quien con sus estudios técnicos previos demostró la viabilidad del proyecto.
Túnel de la Mina dels Morts, en el kilómetro 324,4 (Vacarisses), conocido con tan lúgubre nombre porque durante su construcción se hundió una parte, muriendo cinco trabajadores. Fotografia de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Dada la complejidad del proyecto, Pedro de Andrés i Puigdollers decidió repartir los 32,453 kilómetros que debían atravesar la sierra prelitoral catalana hasta Manresa en cuatro tramos, cada uno de ellos supervisado por un ingeniero ayudante y bajo sus órdenes directas. A pesar de que se preveía finalizar la obra en el año 1857, como marcaba la Ley de concesión, las obras no se pudieron concluir hasta dos años más tarde, en 1859. Respecto a la dificultad del trazado resulta esclarecedor señalar que si se sumaran todas las obras que se hicieron para construir  los 32 kilómetros del trayecto, se alcanzaría una  mediade una obra por cada 349 metros de vía.
Reserva de locomotoras de la estación de San Vicenç de Castellet.Fotografia de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El primer tramo, con 9.400 metros, enlazaba Terrassa con la Masía de Can Marcetó, situada justo al lado de donde se construiría el gran viaducto de Olesa o del Boixadell,  el símbolo más impresionante de esta magna obra ferroviaria. El viaducto llegó a ser en su día el más grande de España, con 291,8 metros de largo y 18 arcos de medio punto de 11,6 metros de luz. El coste fue proporcional a su envergadura y su presupuesto ascendió a 2.172.266,42 reales. El ayudante de este tramo fue el ingeniero Lluís Massés.
Locomotora de la serie 400 de Norte fotografiada en la estación de San Vicenç de Castellet.Fotografia de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

El segundo tramo, unía la Masía de Can Marcetó con la riera de Sanana y tenía 6,700 metros de longitud. Se realizó bajo la supervisión del ingeniero Vicenç Arroyo y transcurría en su práctica totalidad a través del término municipal del pequeño pueblo de Vacarisses. En él se acumularon la mayor parte de las obras más importantes como los viaductos del Mimó o Sanana,  el túnel de la Mina Llarga de Torrella, con más de 608 metros de longitud, y tres túneles más de unos 150 metros cada uno. Los viaductos se construyeron con la previsión de la futura instalación de la doble vía, pero los túneles se tuvieron que ampliar cuando se realizó esta importante mejora, completada en 1918, ya en tiempos de la Compañía del Norte.
Noticia de la llegada a Manresa del ferrocarril en el periódico semanal La Antorcha Manresana. Archivo de Eduard Martínez Hernández

El tercer tramo de la línea recorría los términos de Castellbell i el Vilar i SantVicenç de Castellet, con 9.200 metros de longitud. En este caso, las obras fueron supervisadas por el ayudante Gustau de Gispert. En el término de Castellbell i el Vilar, igual que en el de Vacarisses tuvieron que ejecutar grandes obras debido a la orografía del terreno, teniendo también que realizar movimientos de tierras de gran envergadura. Entre ellas cabe destacar un puente de madera que se construyó en el lugar conocido como el Clot de la Noguera, y que sirvió para poder aplanar el terreno destinado a la construcción de la estación de Monistrol de Monserrat, que fue llamada así pese a estar en Castellbell i el Vilar como reclamo por la cercanía de la mítica montaña de Montserrat y su famoso santuario. Otras obras importantes fueron los túneles de la Bauma con 134 metros, el de las Tallades con 137 metros y el más largo: el túnel del Grauet con 200 metros de longitud, además de los puentes hechos de piedra y de obra de la riera de Rellinars y la  de Vallhonesta.

Finalmente, el cuarto tramo de las obras llegaba hasta Manresa, tenía 7000 metros de longitud y la supervisión corrió, en este caso, a cargo del ayudante Josep Muntinyó. En este trayecto se tuvieron que construir tres puentes de hierro para salvar los ríos Llobregat y Cardener así como la riera de Rajadell.

Dadas las grandes dificultades que presentaba la construcción de la sección de Terrassa a Manresa, fue necesaria mucha mano de obra. En 1856 la compañía  ya tenía contratados 3.000 trabajadores, repartidos en equipos de trabajo formados por ingenieros, maestros de obra, paletas, picapedreros, capataces y multitud de obreros. La necesidad de mano de obra fue tan grande que el gobierno de la época cedió un buen número de presidiarios, vigilados por soldados, que cumplían condena por diversos delitos. Naturalmente, el gran movimiento de trabajadores dedicados a la construcción del ferrocarril comportó a nivel social muchos cambios en la tranquila vida a la que estaban acostumbradas las gentes de los pueblos por donde transcurría el trazado. Las masías y los pueblos acogían a los directivos e ingenieros de la compañía, pero eran insuficientes para la gran cantidad de obreros, muchos de ellos acompañados de sus familias. Algunos se instalaron en barracas de piedra seca existentes en las inmediaciones, pero la mayoría se alojó en los campamentos que la compañía habilitó junto al trazado de la línea.
Aunque Norte electrificó todo el tramo de Barcelona a Manresa, el relevo de la tracción eléctrica por la de vapor se realizaba en San Vicenç de Castellet, al contar esta estación con una reserva de locomotoras.Fotografia de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La inauguración

El trazado entre Terrassa y Manresa  contó en sus inicios con las siguientes estaciones intermedias: Olesa, Monistrol de Montserrat y SantVicenç de Castellet.

El 3 de julio de 1859 llegaba a las 10 de la mañana a Manresa el primer tren, que había salido de Barcelona unos 80 minutos antes. La prensa local explicaba que dentro de ese tren viajaban miembros de la Junta de la Compañía del Ferrocarril Barcelona-Zaragoza. El Jefe de división del Ferrocarril Carlos de Aguado, el Director del trazado, el ingeniero Pedro de Andrés, el arquitecto de la compañía José Oriol más los hermanos Girona y otras personalidades. Se celebró una misa y el ayuntamiento de Manresa ofreció un magnifico banquete, donde no faltaron brindis y grandes discursos.
En 1861 se concluyó la construcción del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza. Viaducto de Sariñena. Fotografía de Jean Laurent. Fototeca del Ministerio de Cultura

Concluidas las obras entre Terrassa y Manresa, los trabajos prosiguieron a buen ritmo hacia Lleida, tramo inaugurado el 30 de mayo de 1860, y se completaron el 26 de septiembre de 1861 con la culminación del trazado hasta Zaragoza. El 25 de mayo de 1863 también se completó la vía férrea entre la capital aragonesa y Madrid, pero durante varios años más los viajeros que desearan cubrir el trayecto completo entre la capital de España y Barcelona se vieron obligados a realizar trasbordo en Zaragoza, ya que el enlace entre ambos ferrocarriles, incluida la construcción sobre las aguas del Ebro del puente de la Almozara, no se finalizó hasta el 1 de octubre de 1871.


Eduard Martínez Hernández
Juanjo Olaizola Elordi

160 AÑOS DEL FERROCARRIL DE TERRASSA A MANRESA (II)

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Fachada principal de la estación del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza en la ciudad condal, el gran proyecto de José Manuel Planas Comte. Fotografía de Jean Laurent. Fototeca del Ministerio de Cultura

JOSÉ MANUEL PLANAS COMPTE

Si hay una persona clave en la génesis del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, ésta no es otra que el notario barcelonés José Manuel Planas Compte, decidido impulsor del proyecto y presidente de la empresa que construyó esta notable vía férrea.

José Manuel Planas Compte era hijo de un médico militar que por circunstancias de la guerra contra los revolucionarios franceses se encontraba con su familia en Sant Feliu de Guixols, localidad gerundense en la que vino al mundo el 1 de noviembre de 1794. Aunque su padre quiso encaminar los estudios de su vástago hacia la medicina, desde joven comenzó a colaborar en el gabinete de un notario barcelonés, profesión por la que finalmente optó. Sin embargo, dada la situación política del momento, sus estudios se vieron interrumpidos en numerosas ocasiones. Con 17 años tomó parte destacada en la defensa de Tarragona frente a la invasión napoleónica y más tarde cayó prisionero de los franceses, que lo confinaron en el campo de prisioneros de Lisieux (Baja Normandía). En 1814 logró huir de su cautiverio y, tras unirse a las tropas aliadas, participó en 1815 en la toma de París que supuso el fin de Napoleón.

Tras regresar a Barcelona, el 22 de marzo de 1819 José Manuel Planas obtuvo finalmente el título de Notario público Real, Colegiado de número de Barcelona y Escribano de la Real Audiencia. Un año más tarde también fue nombrado Escribano de la Comandancia de Marina de la capital catalana.

De espíritu liberal y defensor de la constitución de 1812, José María Planas participó activamente en la vida política del trienio liberal de 1820 a 1823. Sin embargo, tras la intervención francesa y el retorno del absolutismo de Fernando VII, fue represaliado, desposeído de sus cargos y desterrado a Madrid y, aunque en 1826 fue restituido, en 1831 volvió a ser deportado, en esta ocasión a Vic.

Tras la muerte del rey tirano y el estallido de la Primera Guerra Carlista, José Manuel Planas Compte participó activamente en el conflicto bélico en el bando gubernamental y alcanzó el grado de comandante, destacándose en varias acciones bélicas que le hicieron acreedor de diversas condecoraciones. Posteriormente, una vez finalizada la guerra, regresó a su notaría, donde fue testigo privilegiado del rápido desarrollo económico e industrial que vivió Barcelona en aquellos años, con la constitución de numerosas empresas, incluidas las primeras dedicadas a un nuevo medio de transporte: el ferrocarril.

En 1846 José Manuel Planas fue elegido Diputado a Cortes y cuatro años más tarde, Diputado provincial. En aquella época, tras la inauguración del ferrocarril de Madrid a Aranjuez, se había emprendido su prolongación hacia Alacant, lo que hizo que pronto se propagara en Barcelona el temor a que el puerto levantino pudiera arrebatar a la ciudad condal buena parte de su pujante comercio marítimo. Para conjurar este peligro, José Manuel Planas comprendió que resultaba fundamental construir un ferrocarril que enlazase Barcelona con la capital de España y, en consecuencia, el 8 de mayo de 1852 propuso a la Diputación impulsar su construcción. Aunque su iniciativa obtuvo una gran acogida en los círculos políticos y empresariales, el gobierno central se opuso a otorgar la concesión a una institución pública.

Pese a este revés inicial, José Manuel Planas siguió centrado en su proyecto de ferrocarril a Madrid. Dado que, finalmente, la sección de Madrid a Zaragoza fue concedida al conde de Morny, vinculado a la futura Compañía de los ferrocarril de Madrid a Zaragoza y Alicante, su objetivo fue, desde entonces, buscar el enlace con la capital aragonesa, promoviendo para ello la formación de la empresa del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, sociedad que obtuvo la preceptiva concesión gubernamental el 30 de noviembre de 1852.

Desde su puesto de presidente de la Compañía del Ferro-Carril de Barcelona a Zaragoza, José Manuel Planas dirigió todo el proceso de construcción de esta línea, siendo sin duda su principal impulsor. Desde la constitución de la empresa se mantuvo en la presidencia hasta 1861, momento en que, tras la conclusión de las obras, optó por pasar a un segundo plano, manteniéndose hasta su muerte, el 2 de febrero de 1874, como vocal en el Consejo de Administración. 

 



160 AÑOS DEL FERROCARRIL DE TERRASSA A MANRESA (III)

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Vista general de la electrificación de Barcelona a Zaragoza. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

2 de agosto de 1928, la electrificación del Barcelona a Manresa

El ferrocarril de Barcelona a Zaragoza no fue un negocio próspero. Los beneficios de la explotación no resultaban suficientes para amortizar la gran deuda contraída durante la construcción y aunque en 1865 se fusionó con el vecino ferrocarril de Pamplona a Zaragoza, en 1870 se vieron obligados a presentar la suspensión de pagos. Finalmente, en 1878 ambas líneas fueron adquiridas a precio de saldo por la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España.

La Compañía del Norte realizó en la línea de Barcelona a Manresa dos inversiones fundamentales. La primera, concluida en 1918, consistió en la duplicación de la vía. La segunda, inaugurada el 2 de agosto de 1928, fue la electrificación de todo el trayecto.
Detalle de la electrificación de la estación de Montcada. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La electrificación de la línea de Barcelona a Manresa estaba justificada en la necesidad de mejorar la tracción de los trenes en el penoso ascenso de la cordillera prelitoral y, sobre todo, en poder reconquistar los tráficos de cercanías que, en aquel momento, estaban recogiendo dos compañías de vía inferior a la normal: la Compañía de los Ferrocarriles de Cataluña, que enlazaba Barcelona con Sabadell y Terrassa, y la Compañía General de los Ferrocarriles Catalanes, que unía Barcelona con Manresa por Igualada.

Fue precisamente el tráfico de cercanías el principal condicionante de esta electrificación y el que a la postre definió aspectos fundamentales como la tensión de alimentación de los trenes. En aquel momento, los equipos de tracción de las unidades eléctricas más experimentados en Europa trabajaban a la tensión de 1.500 voltios en corriente continua y por ello, éste fue el voltaje elegido, pese a que en la primera electrificación de la Compañía del Norte implantada unos años antes en el puerto asturiano de Pajares se había optado por los 3.000 voltios, también en corriente continua.
Unidad de la serie WM-WR 1 a 38 adquirida por la Compañía del Norte para su electrificación de Barcelona a Manresa. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

La electrificación implicó el montaje del tendido aéreo sobre las dos vías principales y las secundarias de las estaciones, la construcción de tres subestaciones de tracción en Montcada, Terrassa y Sant Vicenç de Castellet, la adquisición de doce locomotoras eléctricas de la serie 7000 y de las unidades de tren  WM-WR, 1 a 38, también empleadas en las electrificaciones de Barcelona a Sant Joan de les Abadesses y de Alsasua a Irun.

La electrificación implantada por Norte se mantuvo en servicio hasta el 12 de octubre de 1965, fecha en que Renfe elevó la tensión de alimentación a los 3.000 voltios habituales en su red convencional, lo que supuso el relevo de las locomotoras y unidades de tren originales por las Alsthom de la serie 7600 y las suizas de la serie 600.


160 AÑOS DEL FERROCARRIL DE TERRASSA A MANRESA (Y IIII)

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Vista del paso a nivel de los tranvías de Barcelona y del ferrocarril de Barcelona a Manresa en el Clot. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril


El paso a nivel del Clot

La electrificación del ferrocarril de Barcelona a Manresa trajo consigo un problema novedoso en nuestro país: el cruce de dos líneas aéreas alimentadas a diferente tensión. En efecto, la línea de la Compañía del Norte cruzaba sus vías con las de los tranvías de Barcelona en dos pasos a nivel; Clot y Horta. Mientras la catenaria de la vía férrea estaba alimentada a 1.500 voltios, la de los tranvías funcionaba con 500 voltios, por lo que cualquier contacto eléctrico entre ambas podía provocar serios daños en la red tranviaria.

En la imagen, se puede apreciar el paso de un tranvía de la serie 900 de Barcelona por el paso a nivel del Clot. En primer plano, bajo la ménsula del poste de electrificación ferroviario, se aprecian los seccionadores que cortaban el paso de la tensión por la catenaria ferroviaria, evitando de este modo cualquier derivación a la línea aérea tranviaria.



 

 

UN SIGLO DE METRO EN MADRID (I)

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La madrileña Puerta del Sol era el centro de la primera propuesta de ferrocarril metropolitano de la capital de España.Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

La fecha de ayer será memorable para Madrid, pues que la magna obra cuya inauguración se celebró ayer tarde ha de producir grandes beneficios al vecindario y al comercio de la barriada de Cuatro Caminos, pues acorta en gran manera la distancia con el centro de la población y, por consiguiente, evita las molestias múltiples que se veían precisados a sufrir cuantos viven en aquella vecindad por la aglomeración de público en los tranvías de Fuencarral y Hortaleza, especialmente a ciertas horas del día. 


Con estas palabras abría el periódico El Fígaro, en su edición del 18 de octubre de 1919, la crónica de la inauguración de la primera línea del Ferrocarril Metropolitano de Alfonso XIII en Madrid. No le faltaba razón al rotativo madrileño y la fecha del 17 de octubre de 1919 resulta sin duda memorable para la historia de la capital de España, al iniciar su andadura el pequeño tren subterráneo de Cuatro Caminos a la céntrica Puerta del Sol, con un breve recorrido de tan solo 3,5 kilómetros que se convertiría en el embrión de un complejo sistema de transporte que, un siglo más tarde, alcanza los cerca de 300 kilómetros de longitud. 
Londres inauguró la era de los ferrocarriles metropolitanos con la apertura de su primer ferrocarril urbano subterráneo en 1863. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril


Alternativa a la congestión 

Medio siglo antes, la Revolución Industrial había fomentado la urbanización de las sociedades más desarrolladas. A partir del siglo XIX las ciudades europeas y americanas experimentaron un rápido crecimiento y, con él, las distancias que debían recorrer sus habitantes aumentaron de forma exponencial. Con ello fue necesario implantar nuevos sistemas de locomoción y en la centuria del ferrocarril la solución se encontró en el camino de hierro, convenientemente adaptado a circular por la calle: el tranvía.

Pese a la eficacia del tranvía, la congestión de carros, coches de caballos y peatones que comenzaban a experimentar las grandes urbes del planeta dificultaba la prestación del servicio y por ello se planteó la posibilidad de evitar los atascos de la superficie con la construcción de ferrocarriles subterráneos. Londres, entonces capital no solo del Reino Unido sino del desarrollo tecnológico del planeta, fue la primera ciudad del mundo en disponer de esta novedosa alternativa de transporte que, con el tiempo, sería conocida como ferrocarril metropolitano o por su abreviatura: metro.

En 1863 Londres inauguró su primer ferrocarril urbano subterráneo, el único del mundo que fue explotado con tracción vapor, dado que, en aquella época, otras alternativas como la electricidad no habían iniciado su desarrollo. Fue precisamente este fluido el que propició, a partir de la última década del siglo XIX, la expansión de este sistema de transporte, con la inauguración del primer metro del continente europeo, el año 1896, en Budapest, el popular Foldalatti. Ese mismo año también se puso en servicio el metro de Glasgow, aunque en este caso los trenes eran remolcados por un cable en constante movimiento, de forma análoga a la de los famosos “cable-car” de San Francisco.

Gracias a la electricidad se pudo eliminar el humo de los trenes y, en consecuencia, comenzaron a proliferar los ferrocarriles metropolitanos en las principales urbes del planeta. París puso su primera línea en servicio en 1900. Un año más tarde le siguió Boston y en 1902 Berlín. Nueva York abrió su primera línea subterránea en 1904, Philadelphia y Hamburgo en 1906 y Buenos Aires inauguró en 1913 el primer metro, allí denominado “Subte”, de habla hispana. Por tanto, cuando se abrió la línea de Cuatro Caminos a la Puerta del Sol, Madrid se convirtió en la undécima urbe del planeta en contar con un ferrocarril urbano subterráneo. 
 Enlazar las diversas terminales ferroviarias de la capital era uno de los principales objetivos de las primeras propuestas de ferrocarriles metropolitanos en Madrid. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril

Proyectos y más proyectos 


Al igual que otras muchas ciudades europeas, la población de Madrid experimentó un crecimiento sostenido a lo largo del siglo XIX. Si en 1825 apenas contaba con 100.000 habitantes, en 1875 ya superaba los 350.000. En consecuencia, al igual que en otras urbes, la mejora de las comunicaciones internas era una necesidad constante. En 1871 inició su andadura el primer tranvía de mulas, que, en pocos años, daría paso a la apertura de nuevas líneas y a la proliferación de numerosas empresas operadoras.

La primera propuesta para la implantación de un ferrocarril metropolitano en Madrid se remonta al 4 de junio de 1886, cuando el diario El Imparcial publicó un extenso artículo en el que se proponía la construcción de tres líneas de doble vía que comunicarían las tres grandes terminales ferroviarias de la capital de España con la Puerta del Sol. La primera de ellas se dirigiría a la estación del Norte por la plazuela del Carmen, la iglesia de San Martín, el mercado de los Mostenses y la plaza de San Marcial; la segunda enlazaría con la estación de Atocha, por la plazuela de Santa Ana, la de Antón Martín y la glorieta de Atocha, y la tercera comunicaría con la estación de Delicias, por Correos, el Ministerio de Fomento, la plazuela del Progreso, el mercado de la Cebada, el Matadero y la Puerta de Toledo. Como señalaba el rotativo, el proyecto se justificaba en que “al paso que se desenvuelve la actividad y la circulación de vehículos por las calles de Madrid, dentro de poco será insuficiente el hueco de sus principales arterias, trazadas sin proporción ni concierto con el movimiento social y mercantil de nuestra época y cuyos inconvenientes tienen misión de remediar nuestros ediles”.
A principios del siglo XX, las principales arterias de Madrid ya presentaban evidentes síntomas de congestión viaria.Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril 

La longitud de esta pequeña red sería de seis kilómetros, de los cuales cinco transcurrirían en túnel. El coste estimado para su construcción era de unos 25 millones de pesetas y estaba prevista la utilización de la tracción vapor, por lo que cada túnel contaría en su salida extrema con un potente ventilador, también accionado por la fuerza del vapor.
 
Apenas había transcurrido un mes desde la publicación de la propuesta de El Imparcial, cuando el 14 de julio de 1886 la Gaceta de los Caminos de Hierro plateó una nueva alternativa, que poco tenía que ver con la anterior. En lugar de una red en estrella, con centro en la Puerta del Sol, esta revista proponía la construcción de una línea circular que conectase las tres terminales ferroviarias de la capital. De este modo, el túnel, de doble vía, tendría su inicio en la estación de Delicias para continuar a la de Atocha, desde donde seguiría al Retiro, la Plaza de Toros, el barrio de Salamanca, Castellana, Zurbano, Alcalá, palacio de Riera, Chamberí, Pozas, Arguelles, estación del Norte, calle de Toledo, Atocha, ronda de Embajadores y cerrar el círculo en la estación de las Delicias. Estimaban sus promotores que en este trayecto se implantarían 20 ó 30 estaciones.
 
Pese al revuelo mediático que levantaron ambas propuestas, ninguna de ellas prosperó, como tampoco lo hizo el proyecto de ferrocarril de vía estrecha planteado en 1888 por Gil Meléndez Vargas para enlazar Moncloa con Pacífico por las Rondas.
 
El 17 de abril de 1892, Pedro García Faria, inspector de obras públicas, se propuso construir una red formada por cuatro líneas que prestarían servicio de viajeros y mercancías y aunque obtuvo la preceptiva concesión, nunca llegó a emprender las obras. Lo mismo sucedió con otras iniciativas, como la planteada en abril de 1898 por Manuel Becerra y Arturo Soria para la construcción de un ferrocarril subterráneo de ancho ibérico desde la Puerta del Sol a Cibeles, Colón y la calle Serrano, donde saldría a la superficie y se dirigiría hacia la estación de Vicálvaro, lo que facilitaría el acceso de los trenes de largo recorrido hasta el corazón de la capital, o con el estudio realizado por Ramón Aguado en 1904 para establecer tres líneas, dos subterráneas y una en superficie, que, una vez más, volvían al viejo plan de enlazar la Puerta del Sol con las tres estaciones de la capital. 

Primitivo acceso a la estación del ferrocarril metropolitano de Madrid en la Puerta del Sol. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril 


Esta vez sí 

Mientras fracasaban una tras otra todas las propuestas para establecer en Madrid un ferrocarril metropolitano, la capital de España seguía con su imparable desarrollo urbano y en 1910 su población ya superaba con creces los 600.000 habitantes. Las necesidades de comunicación crecían paralelamente, pero también lo hacía la congestión de sus principales arterias.
 
Ante la caótica situación de las comunicaciones en superficie de la capital de España, tres ingenieros, el donostiarra Miguel Otamendi y los madrileños Carlos Mendoza y Antonio González Echarte, plantearon una nueva propuesta para la implantación de una red de trenes subterráneos que estaría compuesta por cuatro líneas en doble vía, que sumarían una extensión total de 14 kilómetros, repartidos en los siguientes itinerarios: 
-          Línea I, de Cuatro Caminos al Paseo de Ronda, por las calles de Santa Engracia, Hortaleza, Puerta del Sol, Carretas y la plaza del Progreso.
-          Línea II, de Ferraz a San Marcial, futura Gran Vía, Callao, Preciados, Puerta del Sol, Alcalá y Goya
-          Línea III, desde la plaza de la Independencia, por Serrano, a Diego León
-          Línea IV, desde Ferraz, por los Bulevares, Génova, Colón, Goya y Alcalá

El ferrocarril metropolitano de Madrid estableció sus primeras cocheras en Cuatro Caminos. Fotografía de G. Masino. Archivo EuskoTren/Museo Vasco del Ferrocarril 
 
Aunque este plan inicial experimentó diversas modificaciones en su desarrollo y trazado, las cuatro líneas propuestas configuraron en buena medida y con el paso del tiempo, los tramos centrales de las líneas 1, 2, 3 y 4 de la actual red de metro de Madrid.

El 12 de diciembre de 1914 la Gaceta de Madridpublicaba la petición de concesión para esta red metropolitana formulada por el ingeniero donostiarra Miguel Otamendi, quien obtendría la autorización definitiva el 12 de enero de 1917.

Una vez obtenida la concesión, los promotores del metro de Madrid decidieron formar una empresa que construyera y, posteriormente, explotara la nueva red ferroviaria. De este modo, el 24 de enero de 1917 se constituyó la Compañía del Ferrocarril Metropolitano de Alfonso XIII, con un capital social de ocho millones de pesetas, de los que el monarca que daba nombre a la sociedad había suscrito uno. Si importante fue la contribución del Rey, más lo fue, sin duda, la del Banco de Vizcaya, que gracias a la fe en el proyecto de su director, Enrique Ocharan, aportó otros cuatro millones. De este modo, el primer Consejo de Administración quedó constituido por el propio Enrique Ocharan como presidente, Carlos Mendoza y Carlos Eizaguirre Machimbarrena como vicepresidentes, Miguel Otamendi como director-gerente, el Duque de Miranda como secretario y Antonio González Echarte, Venancio Echevarría, Tomás Urquijo, Dámaso Escauriaza y Alfredo Moreno como vocales.
Coche de la serie 500, construido por CAF en Beasain, montado sobre el vagón que lo debía transportar desde Gipuzkoa hasta la capital de España. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril



Las obras de construcción se iniciaron el 23 de abril de 1917 bajo la dirección de los tres ingenieros promotores; Otamendi, Mendoza y González Echarte, que contaron con la inestimable colaboración de los arquitectos Joaquín Otamendi, hermano de Miguel, y Antonio Palacios. Pese a las dificultades de todo tipo que debieron afrontar; desde las que imponía el subsuelo madrileño hasta las constantes trabas del Ayuntamiento, que estaba en desacuerdo con que la concesión revertiera a los 99 al Estado y no al consistorio, unido a los problemas que ocasionó la Primera Guerra Mundial, incluidas las dificultades para importar desde Francia y Norteamérica los equipos precisos para el material móvil, las obras se desarrollaron con notable celeridad, máxime si se tiene en cuenta la inexperiencia de nuestro país en la construcción de túneles urbanos en aquella época. De hecho, apenas habían transcurrido 27 meses desde el inicio de las obras cuando Alfonso XIII presidió la inauguración de la primera sección del primer ferrocarril metropolitano de España entre Cuatro Caminos y la Puerta del Sol.
La serie 8000 construida por CAF, es una de las más modernas del Metro de Madrid. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril




Un siglo de metro en Madrid (II)

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Retrato de Miguel Otamendi Machimbarrena, primer concesionario del Metro de Madrid. Archivo, Metro de Madrid
 
MIGUEL OTAMENDI MACHIMBARRENA
 
El donostiarra Miguel Otamendi Machimbarrena fue el primer concesionario del Metro de Madrid que ahora cumple su primer siglo de vida. Hijo de un ingeniero, era el segundo de una célebre dinastía ya que dos de sus hermanos, Joaquín y Julián, serían reputados arquitectos, mientras que el tercero, José María, sería también ingeniero. Además, era primo de otros dos reputados ingenieros guipuzcoanos: Alberto y Vicente Machimbarrena.
 
Tras cursar sus primeros estudios en la capital guipuzcoana, finalizado el bachillerato se trasladó a Madrid para emprender la carrera de Ingeniero de Caminos, que concluiría en 1898, a la edad de 21 años, siendo el primero de su promoción. Posteriormente, completó su formación en el Instituto Montefiore de Lieja, donde se especializó en electrotecnia.
 
En 1901 comenzó a trabajar como Verificador de Contadores para el Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, al tiempo que ejercía como profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid. En 1904 fue nombrado, junto a su amigo Antonio González Echarte, delegado del gobierno español en la Exposición Universal de Electricidad que ese año se celebró en San Luis (Estados Unidos). En ese viaje tuvo ocasión de comprobar la importancia de los servicios urbanos y suburbanos con tracción eléctrica que prestaba la impresionante red de tranvías de la ciudad del Misuri, tomando conciencia de su papel estratégico en el desarrollo urbano. Además, tal y como recordaría más tarde en la obra Cien Años de Ferrocarril en España, publicada en 1948 con motivo del centenario del tren de Barcelona a Mataró, "tuvimos el honor de ser invitados a la inauguración del Metro neoyorkino, y viajé en el primer tren que cruzó, bajo tierra, la gran metrópoli yanque, muy ajeno entonces a que iba a consagrarme de lleno a la construcción del primer ferrocarril metropolitano en España".
 
Junto a Antonio González Echarte y Carlos Mendoza Sáez, participó en numerosas iniciativas empresariales, entre las que destaca la sociedad Mengemor, una de las primeras grandes empresas españolas productoras de electricidad, fundada en 1904. Pero su gran proyecto fue, sin duda, el de la construcción del Metro de Madrid, lo que le obligó a abandonar en aquellos años la docencia.
 
Tras la puesta en servicio de los primeros tramos del Metro, Miguel Otamendi compaginó la dirección de la empresa con nuevas iniciativas, muchas de ellas en colaboración de sus socios y también con sus hermanos, sobre todo en el sector inmobiliario, especialmente pujante en un Madrid en constante crecimiento. En 1918 constituyó con sus hermanos la Compañía Urbanizadora Metropolitana, que adquirió los terrenos contiguos a la estación terminal de Cuatro Caminos, para urbanizarlos y construir en ellos viviendas, hoteles y residencias. Evidentemente, el metro jugó un papel fundamental en la revalorización de la zona y, en consecuencia, en la próspera marcha del negocio. Más tarde, en 1935, José María y Julián fundaron la Compañía Inmobiliaria Metropolitana, iniciando un camino que contribuyó de forma decisiva a configurar la fisonomía del Madrid moderno con realizaciones como el bloque Lope de Vega, la Torre de Madrid o el edificio España.
 
Miguel Otamendi desempeñó el cargo de director-gerente del Metro de Madrid y, a partir de 1950, la presidencia de su Consejo de Administración. Además, fue un asiduo colaborador de la Revista de Obras Públicas y otras publicaciones técnicas de la época. En 1946 recibió la Medalla de Plata de Madrid.
 
Como curiosidad, cabe señalar que en los años cuarenta se eligió como patrón de los trabajadores del Metro de Madrid a San Miguel Arcángel, en homenaje al principal promotor de la empresa, Miguel Otamendi. En los años sesenta, los trabajadores del metro de Barcelona también adoptaron este patronazgo.



 

UN SIGLO DE METRO EN MADRID (Y III)

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El primer tramo del Metro de Madrid comunicó Cuatro Caminos con la Puerta del Sol. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Casi tres kilómetros al año
 
El metro de Madrid cuenta en la actualidad con una red que prácticamente alcanza los 300 kilómetros de longitud, lo que lo convierte en el tercero en extensión de Europa, solo detrás de los de Londres y Moscú, y en el noveno del mundo, superado también por los de Shanghái, Pekín, Nueva York, Seúl, Tokio y Guangzhou.
 
Construidos 300 kilómetros a lo largo de un siglo, la media anual supone la notable cifra de tres nuevos kilómetros al año, que, evidentemente, no ha sido una constante. Por el contrario, en muchos ejercicios no se abrió ni un solo kilometro de nuevas vías, mientras que en otros se llegaron a inaugurar varias decenas, marcando el récord el año 2003, con la apertura de 47,3 kilómetros.
 
Los primeros 3,5 kilómetros inaugurados en 1919 no vivieron su primera ampliación hasta el 26 de diciembre de 1921, fecha en que se abrió al servicio la sección comprendida entre la Puerta del Sol y la estación de Atocha. Dos años más tarde, la vía se amplió hasta el Puente de Vallecas, mientras que el 14 de junio de 1924 se inauguraron los primeros tramos de la segunda línea del metropolitano madrileño, entre Príncipe de Vergara y la Puerta del Sol, trayecto que un año más tarde se prolongaría hasta Quevedo. Además, el 26 de diciembre de 1925 inició su andadura la línea más corta de la red, el ramal de Isabel II (Ópera) a la estación del Norte, de poco más de un kilómetro de longitud. En consecuencia, a finales de ese año el Metro de Madrid contaba ya con quince kilómetros.
 
El primer tramo de la tercera línea del Metro de Madrid, la pequeña sección de Puerta del Sol a Embajadores, se abrió al público a los pocos días del inicio de la Guerra Civil, en concreto, el 8 de agosto de 1936. Sumado a otras secciones abiertas anteriormente, durante el conflicto bélico la red contaba con poco más de 20 kilómetros que fueron utilizados por muchos madrileños como refugios en los bombardeos de la aviación fascista.
Construcción de un coche para el Metro de Madrid en los talleres de CAF de Beasain en 1943.Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
En la década de los cuarenta se prolongó la línea 3, por el Norte hasta Argüelles y por el Sur hasta Delicias, y, sobre todo, se inauguró la nueva 4 entre Argüelles y Goya, actuaciones que añadieron otros 6,6 kilómetros a la red. Mucho más escaso fue el bagaje de la siguiente década, en la que únicamente se registró la ampliación de la línea 3 entre Delicias y Legazpi, con apenas 700 metros de longitud.
Tren del Ferrocarril Suburbano de Carabanchel, inaugurado en 1961. Esta línea no se integró definitivamente en el Metro de Madrid hasta principios de los ochenta. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
El 4 de febrero de 1961 la red experimentó una notable ampliación, con la inauguración del Ferrocarril Suburbano, entre la plaza de España y Carabanchel, con 9 kilómetros de extensión. Sin embargo, esta línea no fue construida por Metro de Madrid, sino por el Estado, que sería su titular hasta inicios de los años ochenta. Además, en la década de los sesenta, el Ministerio de Obras Públicas construiría sucesivas ampliaciones de la red existente, que sumaron otros 15.443 metros, entre los que sin duda destacaba la apertura, el 5 de junio de 1968, de la nueva línea 5, entre Callao y Carabanchel, con 6.829 metros.
Los trenes de la serie 5000 fueron los primeros de gálibo ancho de la red de metro de la capital de España. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Entre 1971 y 1975, la red se vio ampliada con la puesta en servicio de nuevos tramos y, sobre todo, de la línea 7, abierta el 17 de julio de 1974, la primera construida con un nuevo gálibo, de 2,8 metros, superior al utilizado hasta entonces de tan solo 2,4. Tres años más tarde, el 7 de junio de 1978, el Estado intervino la gestión de la Compañía del Metropolitano de Madrid, incapaz de mantener el servicio ante su pérdida de rentabilidad económica. En aquel momento, la red contaba con 64 kilómetros de extensión.
 
El cambio de titularidad no frenó la progresiva ampliación de la red. Por el contrario, entre 1979 y 1985 se abrieron los primeros tramos de las líneas 6, 8 y 9, de modo que, el 3 de junio de 1983 el metro de Madrid superó los 100 kilómetros de extensión. Tres años más tarde, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid asumieron la titularidad del metropolitano, que seguiría ampliándose hasta alcanzar los 115 kilómetros en 1994.
Curioso sello de Guinea-Bissau, protagonizado por un tren de la serie 2000 del Metro de Madrid, los primeros en España con cadena de tracción trifásica. Archivo Luis Blas Sedano
 
El mayor salto experimentado por el metro de Madrid tuvo lugar entre 1995 y 2007. En estos doce años se abrieron al tráfico 166 kilómetros, con una espectacular media de casi 14 nuevos kilómetros anuales. Una fecha especialmente significativa fue la del 11 de abril de 2003, en el que en una sola jornada se inauguraron 47 nuevos kilómetros, 40 correspondientes a la línea circular 12, el “Metrosur”, y los 7 de la ampliación de la línea 10 entre Colonia Jardín y Puerta del Sur.
 
Tras el inicio de la última crisis económica, el crecimiento de la red del metro se ralentizó notablemente, aunque ésta se ha completado con algunos nuevos tramos que han incrementado la extensión del metropolitano hasta los actuales 293,91 kilómetros, 13 líneas y 240 estaciones al servicio de los madrileños y de todos los que visitan la capital de España y quieran moverse por ella del modo más eficiente y respetuoso con el medio ambiente posible.

Fabricación de coches de la serie 2000 en los talleres de CAF de Zaragoza. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

CINCUENTA AÑOS SIN LOS SECUNDARIOS DE CASTILLA (I)

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Un Tren mixto de viajeros y mercancías abandona la estación de Valladolid-San Bartolomé. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
La comarca de Tierra de Campos contó en el pasado con una amplia red ferroviaria de vía estrecha que comunicó toda la región y la enlazó con Valladolid y Palencia, así como con las estaciones de la Compañía del Norte, más tarde Renfe, de Villada y Palanquinos. Explotada por la Compañía Española de Ferrocarriles Secundarios, en estas breves líneas recordaremos la desaparecida estampa de los trenes de vapor que circularon hasta 1969 entre los ricos campos de cereal.
 
Una comarca marginada por el tren
 
En 1856 se emprendió en Valladolid la construcción del primer ferrocarril de Castilla, la línea del Norte, que debía comunicar Madrid con la frontera de Irún y que fue inaugurada en 1864. Esta importante arteria contaba con un ramal que, con origen en Venta de Baños, se encaminaba a Palencia y desde esta capital a Alar del Rey, donde enlazaría con el Ferrocarril de Isabel II, para alcanzar el puerto de Santander.
 
El posterior desarrollo de la red ferroviaria castellana aprovechó en buena medida el trazado del ferrocarril del Norte y por ello, cuando se tendió la vía férrea a León, en lugar de utilizar la ruta tradicional desde Valladolid por Medina de Rioseco, se optó por enlazar directamente desde Palencia, para continuar por Sahagún. De este modo, se ahorraron kilómetros de nuevas vías y se economizaron recursos, pero, en contrapartida, buena parte de la Tierra de Campos quedó aislada.
Una locomotora de vapor maniobra en la estación de Valladolid-San Bartolomé. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
El tren burra
 
Fueron numerosos los proyectos planteados desde la segunda mitad del siglo XIX para romper el aislamiento de la Tierra de Campos y aunque muchos fracasaron, finalmente el 28 de febrero de 1881 se constituyó en Barcelona la Compañía del Ferrocarril Económico de Valladolid a Medina de Rioseco. Como no dejaba lugar a dudas su razón social, esta empresa tenía como propósito explotar una vía férrea entre Valladolid y Medina de Rioseco, según establecía la concesión para la construcción de un tranvía de tracción animal en este trayecto, otorgada por el gobierno a Francisco Subizar Berasain el 8 de noviembre de 1878.
 
Los rectores de la Compañía del Ferrocarril Económico de Valladolid a Medina de Rioseco pronto comprendieron que la explotación de una línea de más de 40 kilómetros de longitud con tracción animal resultaría cara y poco eficiente, por lo que solicitaron al gobierno la autorización oportuna para replantear el proyecto. En lugar de utilizar la calzada existente, como hacían los tranvías, decidieron construir su vía en explanación propia, como los ferrocarriles convencionales, salvo en pequeños trayectos como el acceso a la estación de Valladolid, mientras que las mulas se vieron reemplazadas por pequeñas locomotoras de vapor. El ancho de vía elegido era de un metro, notablemente inferior al de la red ferroviaria convencional española, de 1.672 milímetros, con lo que se conseguía un indudable ahorro a la hora de realizar las expropiaciones de terreno y realizar las explanaciones, gracias a la menor anchura del camino.
 
El nuevo proyecto fue aprobado por el gobierno el 29 de abril de 1882 y de inmediato se iniciaron las obras de construcción, realizadas por el Banco de Cataluña. Pese a que los trabajos se vieron afectados por nuevos replanteamientos del trazado, en la primavera de 1884 estaban prácticamente concluidos, aunque la inauguración definitiva de los 40 kilómetros de la nueva vía no se celebró oficialmente hasta el 13 de septiembre de1884.
Vagón cerrado construido en Beasain para el Ferrocarril Económico de Valladolid a Medina de Rioseco. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
En sus primeros dos años el tren de Valladolid a Medina de Rioseco solamente prestó servicio de viajeros y la lentitud de sus trenes, que invertían dos horas y once minutos en cubrir los 44 kilómetros, a una media de poco más de 20 kilómetros por hora, pronto lo hicieron acreedor del popular nombre de “tren burra”. A partir de 1886 se introdujo el transporte de mercancías, que se vería facilitado por la construcción de una vía de unión entre las estaciones de Valladolid-San Bartolomé y Campo Bejar, inaugurada el 1 de diciembre de 1890. Este enlace facilitó notablemente la conexión con los trenes de la Compañía del Norte y el transporte de los cereales de la Tierra de Campos hacia las grandes harineras catalanas.
 
La Sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios
 
Pese a lo que la razón social pueda dar a entender, la Sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios no se constituyó en España sino en Francia, el 13 de julio de 1909, con sede en el Boulevard de St. Germain de París y oficinas en Madrid. El propósito de la nueva empresa, impulsada por un conglomerado de bancos franceses y españoles, era tejer una densa red de ferrocarriles de vía estrecha en Tierra de Campos, para poder transportar sus cereales a las estaciones de la Compañía del Norte más próximas y, desde éstas, encaminarlos a los principales centros de consumo del país.
 
La sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios adquirió diversos proyectos para el establecimiento de vías férreas entre Medina de Rioseco y Villada, de Palencia a Villalón, de Villanueva del Campo a Benavente y de Medina de Rioseco a Palanquinos. Para materializarlos contaba con un capital social de cinco millones de pesetas, cantidad que pronto se manifestó insuficiente y con el que no pudo completar sus ambiciosos propósitos, ya que el tren de Villanueva del Campo a Benavente nunca llegó a construirse.
Un tren de los Secundarios de Castilla avanza perezoso por la Tierra de Campos. Fotografía de Jeremy Wiseman
 
La construcción de la nueva red se desarrolló con celeridad, al verse facilitada por la ausencia de accidentes orográficos de entidad que exigieran la perforación de largos túneles o el tendido de grandes puentes y viaductos. De este modo, el 17 de julio de 1912 el Rey Alfonso XIII inauguraba el primero de los proyectos auspiciados por los la Sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios: la línea de vía estrecha de Palencia a Villalón de Campos, de 45 kilómetros de longitud.
 
Mientras se celebraba la apertura de la nueva vía, los trabajos de construcción de la red auspiciada por los Ferrocarriles Secundarios proseguían a buen ritmo, de modo que el 28 de octubre de 1912 se pudo inaugurar una nueva línea que enlazaba Medina de Rioseco con Villada, en un trayecto de 45 kilómetros que en Villalón empalmaba con la recién inaugurada vía a Palencia. Por el contrario, dado que se trataba de una empresa independiente de la del “tren burra”, la nueva compañía estableció su propia estación en Medina, conocida como de Castilla o de Arriba, mientras que la de la línea a Valladolid era denominada como de Transito o de Abajo. Ciertamente, no parecía muy lógica esta incomunicación entre ambos trenes, situación a la que se puso remedio el 1 de septiembre de 1914 con la construcción de un ramal de enlace de cuatro kilómetros de longitud, recorrido necesario para salvar el importante desnivel existente entre ambas terminales.
 
Ferrocarriles Secundarios prosiguió con sus planes expansionistas y el 30 de octubre de 1912 obtuvo del gobierno la concesión para la construcción del ferrocarril estratégico de Medina de Rioseco a Palanquinos. Aunque el estallido de la Primera Guerra Mundial y la consiguiente crisis económica que afectó a España durante los primeros meses del conflicto bélico repercutió sobre el ritmo de las obras, finalmente se pudieron concluir el 30 de abril de 1915, fecha en que entraron en servicio los cerca de 93 kilómetros de recorrido de la nueva vía.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

CINCUENTA AÑOS SIN LOS SECUNDARIOS DE CASTILLA (II)

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Estación de Palanquinos. Fotografía de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Un mal negocio
 
El esfuerzo que realizaron los inversores que construyeron los ferrocarriles de Tierra de Campos, no se vio recompensado por suculentos dividendos. ¡Todo lo contrario! La explotación de la red ferroviaria de vía estrecha de los Secundarios de Castilla nunca fue un buen negocio y los escasos resultados obtenidos por el servicio jamás llegaron a ser suficientes para poder amortizar la deuda contraída durante las obras y, mucho menos, para compensar mínimamente a sus promotores.
Estación de Medina de Rioseco. Fotografía de Otto Kurbjuweit
 
En 1920 la Compañía del Ferrocarril Económico de Valladolid a Medina de Rioseco presentó suspensión de pagos y aunque un año más tarde alcanzó un acuerdo con sus acreedores, la situación, lejos de mejorar, se deterioró con el progresivo desarrollo de nuevos medios de transporte como los camiones y autobuses que, poco a poco, arrebataban al tren su clientela. Finalmente, el 6 de octubre de 1930 el Estado se vio obligado a intervenir; rescató la concesión y firmó un acuerdo con Secundarios de Castilla para que esta empresa se encargara de su explotación.
Modelo de autovía construido para los Secundarios de Castilla en Zaragoza. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
En todo caso, la situación económica de los Secundarios de Castilla no era mucho mejor, pese a que para reducir los gastos al máximo posible y, al mismo tiempo, poder competir con similares armas con la carretera, introdujo en 1935 tres autovías, especie de autobuses diseñados para circular por vías férreas, construidos en Zaragoza. Con ellos, se pudo mejorar el tiempo de viaje, además de eliminar la figura del fogonero, con la consiguiente economía.
Confortable interior de los autovías construidos en Zaragoza. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Tras la Guerra Civil, los Ferrocarriles Secundarios de Castilla vivieron sus mejores años, libres de la competencia de la carretera, ante la falta de combustibles líquidos y de neumáticos en la España del racionamiento. Incluso se estudió prolongar la vía desde Palanquinos hasta León, trayecto que apenas sumaba 24 kilómetros y que habría permitido, además de acceder a tan importante capital, enlazar con el ferrocarril de La Robla y, a través de éste, con toda la red ferroviaria de vía estrecha de la cornisa cantábrica, que todavía en la actualidad recorre el litoral desde el Ferrol hasta Hendaia, pasando por ciudades tan importantes como Gijón, Oviedo, Santander, Bilbao o San Sebastián, lo que habría abierto un gran abanico de posibilidades a los clientes del tren en Tierra de Campos.
Tren de los Secundarios de Castilla en la estación de Palanquinos. Fotografía de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Lamentablemente, el proyecto de ferrocarril de Palanquinos a León nunca se hizo realidad. Por el contrario, finalizada la Segunda Guerra Mundial y con la progresiva recuperación del suministro de combustibles líquidos y de neumáticos, reapareció con mayor virulencia la competencia de la carretera. Contra ella poco podían hacer los renqueantes trenes de vapor de los Secundarios de Castilla.
Palencia, trasbordo de mercancías entre Renfe y los Secundarios de Castilla. Fotografía de Otto Kurbjuweit
 
Todavía en los años cincuenta se intentó modernizar el servicio con la introducción de tres nuevos automotores diésel fabricados por la firma francesa Billard, con los que mejoró notablemente la comodidad de los viajeros, al tiempo que se aumentó la velocidad de los trenes. Sin embargo, algunas instituciones fueron hostiles al tren, como es el caso del ayuntamiento de Valladolid que en 1952 prohibió el paso de los trenes por sus calles en el trayecto entre las estaciones de San Bartolomé y Campo Bejar, perdiendo el ferrocarril centralidad y, sobre todo, el importante enlace con la estación del Norte.
Automotor Billard de construcción francesa, incorporado en los años cincuenta a los Secundarios de Castilla. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
La agonía de los Ferrocarriles Secundarios de Castilla se prolongó todavía durante bastantes años más, hasta que finalmente la empresa concesionaria, ante el creciente déficit de la explotación, no tuvo más alternativa que renunciar a sus líneas. El 16 de marzo de 1965 éstas fueron asumidas por la Explotación de Ferrocarriles por el Estado, que en septiembre del mismo año se transformaría en la empresa pública Ferrocarriles de Vía Estrecha (Feve).
Uno de los últimos trenes de vapor de los Secundarios de Castilla, fotografiado en 1968. Fotografía de Jeremy Wiseman
 
Feve poco hizo por mejorar el servicio de los trenes de la Tierra de Campos. Imbuidos por el fatalismo que aquejaba al ferrocarril en aquella época y desbordados por el irresistible empuje de la carretera, nadie se molestó en intentar modernizar sus infraestructuras y material móvil para poder ofrecer tiempos de viaje competitivos con la carretera. De este modo, el 11 de julio de 1969 se clausuró el servicio en toda la red, que había llegado a contar con 400 ferroviarios, 226 kilómetros de extensión, 35 estaciones y apeaderos, además cuatro empalmes con Renfe en Valladolid, Palencia, Villada y Palanquinos.
Maniobras en los Secundarios de Castilla. Fotografía de Otto Kurbjuweit
 
Tras el cierre, pronto se levantaron las vías, mientras que sus 13 locomotoras de vapor, 15 coches de viajeros y 200 vagones de mercancías fueron enviados a la chatarra. Algo más afortunados fueron los tres trenes diésel que Feve remitió a otras líneas, en las que todavía prestaron sus leales servicios durante algunos años más.
Locomotoras de vapor de los Secundarios de Castilla, apartadas para su desguace en la estación de Palencia. Fotografía de Xavier Santamaría
 
Hoy poco queda de la gran red ferroviaria de Tierra de Campos, salvo algún trayecto reconvertido en Vía Verde, como es el caso del tramo que une Villalón y Cuenca de Campos o el que conecta Palencia con Villarramiel, así como muchas de las estaciones, la mayoría sumidas en el abandono, pero que todavía nos recuerdan con su elegante arquitectura el pasado ferroviario de esta comarca.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

CINCUENTA AÑOS SIN LOS SECUNDARIOS DE CASTILLA (III)

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Locomotora de vapor de los Ferrocarriles Andaluces, empresa presidida durante una década por Luis de la Cuadra y Raoul. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
LUIS DE LA CUADRA Y RAOUL, Ciudad de Guatemala (Guatemala), 28 de mayo de 1847, Madrid, 21 de diciembre de 1921
 
Luis de la Cuadra y Raoul, Segundo Marqués de Guadalmina, fue el primer presidente de la Sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios, cargo que ostentó desde su fundación hasta su fallecimiento en 1921.
 
Hijo de un emprendedor sevillano que hizo fortuna en América, Luis Manuel de la Cuadra González de la Rasilla, motivo por el que nació en Guatemala fruto del matrimonio de su progenitor con la norteamericana Clara Raoul Albora (Nueva Orleans), heredó de su padre, junto al título nobiliario otorgado por Alfonso XII en 1874, una notable fortuna y, sobre todo, una amplia red de contactos en la que figuraban algunos de los nombres más destacados de las finanzas españolas y europeas de la época, como el Marqués de Salamanca y Joaquín de la Gándara, y firmas como Cahen (Amberes) o Camondo (París).
 
Entre los muchos negocios en los que se vio implicado Luis de la Cuadra se encuentra la colonia agrícola de San Pedro de Alcántara (Málaga), impulsada por su padre y por Joaquín de la Gándara, a cuyos herederos adquirió su participación en 1881. Actuó como financiero y prestamista de numerosas empresas, entre ellas la mina de carbones María Luisa, en Asturias, y, también en el Principado, del Ferrocarril de Langreo.
 
Su participación en la vida ferroviaria del país fue intensa. En 1885, fruto de su estrecha relación con Isaac Camondo, pasó a formar parte del Consejo de Administración de la Compañía Real de los Caminos de Hierro Portugueses y un año más tarde de su vecina y estrechamente vinculada Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Cáceres y Portugal, aunque, sin duda, su actuación más destacada se desarrolló en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, empresa que presidió desde 1911 hasta su muerte en 1921.
 
El segundo Marqués de Guadalmina también participó en otros muchos negocios, entre las que se encuentra la Sociedade Geral de Crédito Agrícola e Financiera de Portugal, la Sociedad Azucarera de España, a la que vendió la colonia agrícola de San Pedro de Alcántara, la sociedad constructora del Hotel Ritz de Madrid o el Banco Hipotecario de España.
 
Luis de la Cuadra Raoul también participó activamente en la vida política española, llegando a ser diputado por Soria en la legislatura de 1891 a 1892. Además, fue condecorado con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y era caballero de la Legión de Honor y Gentilhombre de Cámara de Su Majestad. Falleció en la capital de España el 21 de diciembre de 1921.

CINCUENTA AÑOS SIN LOS SECUNDARIOS DE CASTILLA (Y IIII)

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Locomotora “Algimia” de Altos Hornos de Vizcaya, del modelo “Räthia”, adquirida de ocasión a los ferrocarriles Réticos para su fábrica de Sagunt (València). Fotografía de Lawrence G. Marshall. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Las locomotoras de vapor de los Secundarios de Castilla
 
Para la tracción de sus trenes de viajeros y mercancías, la Sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios contrató, en 1910, el suministro de siete locomotoras de vapor con la firma barcelonesa Maquinista Terrestre y Marítima. La empresa catalana propuso la construcción de un modelo desarrollado por la Scheweizerische Lokomotiv und Maschinenfabrik (SLM) de Winterthur (Suiza) a partir de 1884, conocido como “Räthia”, por el nombre que recibió la primera de las que suministró en 1889 al ferrocarril de Landquart a Davos, más tarde integrado en los ferrocarriles Réticos.
 
El modelo “Räthia” de la SLM adquirió cierta difusión y junto a otros ferrocarriles suizos, también fue adquirido por empresas ferroviarias de Portugal e Italia. Incluso a España llegó una de las construidas para los ferrocarriles Réticos, la número 12, comprada de ocasión por Altos Hornos de Vizcaya para su fábrica de Sagunt, donde fue rebautizada con el nombre de “Algimia”. Progresivamente, el modelo fue perfeccionado, siendo la versión más evolucionada la conocida como “Brünig”, destinada a esta conocida línea de los ferrocarriles federales suizos.
Vista de perfil de una de las locomotoras construidas por Maquinista Terrestre y Marítima para los Secundarios de Castilla. Fotografía de Xavier Santamaría. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Maquinista Terrestre y Marítima ofreció a la Sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios una versión de las “Brünig” de SLM adaptada a sus necesidades específicas, incluida una mayor capacidad de almacenamiento de carbón. Además, la firma catalana también construyó locomotoras similares para el Ferrocarril de Sóller y para los Ferrocarriles de Mallorca, aunque en ambos casos, con un ancho de vía ligeramente inferior, de 916 mm.
La locomotora Nº 8 abandona Valladolid en cabeza de un tren de mercancías. Fotografía de Martin Von Simson. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
Las siete primeras locomotoras construidas en Barcelona para la Sociedad Española de Ferrocarriles Secundarios fueron entregadas en 1911 con los números de fábrica 51 a 57 y fueron matriculadas en la serie 1 a 7. Dados sus buenos resultados, y a medida que la apertura de nuevos tramos exigía incrementar el parque motor, Secundarios de Castilla decidió adquirir otras seis locomotoras prácticamente idénticas, que serían recibidas en 1913. En este caso, sus números de fábrica eran del 66 al 71 y fueron matriculadas del 8 al 13.
Maquinista Terrestre y Marítima suministró locomotoras similares a las de Secundarios de Castilla a los ferrocarriles de Mallorca y de Sóller. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
 
El parque de locomotoras de vapor de los Secundarios de Castilla apenas experimentó más ampliaciones a lo largo de su historia. Junto a estas 13 locomotoras, y las 8 que heredó del ferrocarril de Valladolid a Medina de Rioseco, únicamente incorporó, en los años veinte, una máquina de ocasión del ferrocarril de Olot a Girona y, ya en tiempos de Feve, recibió otra originaria del ferrocarril Vasco-Navarro.

 

165 AÑOS DEL FERROCARRIL DE VALÈNCIA A XÀTIVA (I)

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Antigua Estación de Valencia. Fue la primera estación ferroviaria de la Comunidad Valenciana, construida en 1852 con motivo de la construcción del primer tramo, el del Grao a Valencia, en la línea Grao de Valencia a San Felipe de Játiva. Archivo Fundación de los Ferrocarriles Españoles
El 20 de diciembre de 1854 se inauguraba, con la pompa propia de la época, el ferrocarril de vía ancha de València a Xàtiva. Esta línea fue una de las primeras del país y, de hecho, su primera sección entre la capital del Turia y su puerto, abierta el 22 de marzo de 1852, fue, ni más ni menos, que el tercer ferrocarril operativo en la España peninsular, precedido únicamente por los de Barcelona a Mataró y de Madrid a Aranjuez. Cuando se completaron los 59.951 metros de vía hasta a la capital de La Costera, únicamente funcionaban otros 239 kilómetros de vías férreas en España.

Los orígenes del ferrocarril de València a Xàtiva se remontan a la temprana fecha de 1845, año en que la locomotora de vapor todavía no había hollado la península ibérica. El 12 de julio el gobierno otorgó la concesión para la construcción del ferrocarril que debía enlazar la capital del Turia con Madrid a un grupo inversor de Londres encabezado por PrósperoVolney, quien el 8 de julio de 1846 impulsó la constitución de la Madrid and Valencia Railway Company, con un capital social de 240 millones de reales repartidos en 120.000 acciones. La Junta de Gobierno de la empresa estaba integrada por algunos de los personajes más ilustres de la vida política española del momento, como el presidente, Luis Mayans, El Conde de Santa Olalla, el marqués de Miraflores, Francisco de las Rivas y el propio Juan Subercase, el ingeniero valenciano autor del informe que, entre otros muchos aspectos, determinó el ancho de vía de los ferrocarriles españoles. En todo caso, la firma tenía también en Inglaterra un comité de dirección presidido por William Chadwick, con oficinas en el número 37 de la londinense calle de Moorgate.

Primitiva locomotora de vapor del ferrocarril de València a Xàtiva. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril
A diferencia del trazado actual del AVE, los promotores de este primer ferrocarril de Madrid a València decidieron eludir el paso de las agrestes serranías conquenses y optaron por un trazado que debía seguir el del Camino Real, por Albacete y Almansa, para continuar por Xàtiva y Alzira hasta la capital del Turia. En todo caso, y como sucedió con muchas de las primeras iniciativas ferroviarias de nuestro país, esta propuesta nunca llegó a materializarse, aunque con el paso del tiempo serviría de base para la conexión ferroviaria entre las dos capitales, en todo caso dificultada durante décadas por haber quedado la concesión entre València y Almansa en manos de una empresa concesionaria distinta a la del resto del trazado hasta Madrid.

El ferrocarril de València a Xàtiva atravesaba una de las huertas más fértiles del país. Colección Fernández Almela
Del Madrid-València al València-Xàtiva

Ni los promotores británicos del ferrocarril de Madrid a València tenían el capital necesario para afrontar tan ambicioso proyecto por si solos, ni sus socios españoles fueron capaces de reunir los recursos necesarios, por lo que el proyecto original quedó finalmente limitado al tramo de más fácil construcción y que al transcurrir por una de las zonas hortofrutícolas más ricas y productivas del país, la Ribera valenciana, tenía más posibilidades de resultar rentable para sus accionistas; la sección del València a Xàtiva.  El 11 de noviembre de 1850 el gobierno validó la concesión del ferrocarril de Valencia a San Felipe de Játiva, que en 1851 ya estaba en manos del principal financiero e industrial de la capital del Turia, el banquero José Campo Pérez.
Estación de Algemesí. Fototipia, Castañeira, Alvarez y Levenfeld. Biblioteca Valenciana

Para impulsar definitivamente la construcción del ferrocarril de València a Xàtiva, el futuro Marqués de Campo constituyó en 1851 la Sociedad de Ferrocarriles del Grao de Valencia a Játiva. Esta empresa dio un rápido impulso a las obras, iniciadas el 26 de febrero de dicho año, de modo que en poco menos de trece meses fue capaz de inaugurar su primera sección, entre el puerto o Grao de València y la capital, un pequeño tramo de tan solo 4.189 metros, pero que dio la oportunidad a los valencianos de conocer de primera mano el nuevo medio de transporte llamado a revolucionar las comunicaciones en el siglo XIX.
Dibujo alegórico a la inauguración del ferrocarril de València a Xàtiva. Archivo histórico de Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana

Tras la apertura de esta primera sección, la Sociedad de Ferrocarriles del Grao de Valencia a Játiva centró todos sus esfuerzos en completar el camino de hierro hacia la capital de La Costera. Afortunadamente para sus intereses, la nueva vía debía establecerse en un terreno sin accidentes orográficos de entidad, de modo que no era preciso realizar grandes taludes o trincheras y tampoco fue necesario perforar túnel alguno. De hecho, las obras más destacadas fueron las de los puentes que cruzaban los ríos y torrentes que el tren cortaba a su paso, siendo los más destacados los emplazados sobre barrancos como el de Torrent o los ríos Magro, Xúquer y Albaida.
Antigua estación del ferrocarril de Xàtiva en València. Archivo histórico de Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana

Tramo a tramo

Gracias a las escasas dificultades que presentaba el terreno, las obras avanzaron con rapidez. A medida que se completaban las secciones de la nueva vía, la empresa optó por ponerlas en servicio de inmediato, con el fin de poder recoger sus primeros frutos. En consecuencia, como nos recuerda Esteban Gonzalo Rogel en el tomo dedicado a la Ribera Alta de la obra colectiva Historia del ferrocarril en las comarcas valencianas, el 4 de octubre de 1852 se inauguraron los 12.356 metros que enlazaron València con Silla, gracias a un tren especial de reconocimiento remolcado por la locomotora de vapor “La Valenciana”, en el que viajaban ingenieros e inspectores del gobierno y directivos de la empresa ferroviaria acompañados por sus propios ingenieros. Veinte días más tarde se procedió a la apertura al servicio público, con el establecimiento de seis trenes en cada sentido, que recorrían el trazado en 20 minutos, efectuando parada en las estaciones intermedias de Alfafar, Massanassa y Catarroja.
Estación de Alzira. Archivo municipal del Alzira

Dos meses más tarde, el 4 de diciembre de 1852, se realizaba un nuevo viaje para inspeccionar la sección de Silla a Benifaió, tramo de 8.907 metros de longitud, que se abrió al servicio público el día 8 del mismo mes. Los trabajos prosiguieron con igual celeridad en el siguiente trayecto, hasta Alzira, localidad a la que el tren llegó el 26 de febrero de 1853 en un acto de gran pompa presidido por el arzobispo de València y el Gobernador. Sin embargo, los clientes tuvieron que esperar unos días más, hasta el 1 de marzo, para que pudieran utilizar el nuevo medio de transporte en sus desplazamientos.
Estación de Silla. Archivo de la Fundación de Ferrocarriles Españoles

La prolongación de la línea hacia el sur se vio dificultada por diversos problemas en las expropiaciones de los terrenos, los suministros de materiales y la dificultad del paso del principal cauce fluvial de la Ribera Alta; el Xúquer, en el que, a diferencia de los anteriores que se cruzaron con puentes de madera, se levantó una elegante estructura metálica importada desde Gran Bretaña. En consecuencia, los apenas 3.631 metros que separan las estaciones de Alzira y Carcaixent no se pudieron inaugurar hasta el 31 de marzo de 1854 con un viaje de inspección en el que las crónicas señalan que la locomotora de vapor llegó a alcanzar una velocidad de 14 leguas por hora, unos 70 kilómetros por hora, cifra verdaderamente notable para la época con la que los promotores de la empresa ferroviaria querían dejar patente la calidad de la vía que habían montado y del material móvil que se iba a utilizar en el servicio. La apertura al público tuvo lugar el 9 de abril de 1853, mientras que el 1 de julio del mismo año los trenes cubrían un nuevo trayecto, de 8.962 metros, hasta la estación de Manuel.
En mayo de 1860 se levantó una nueva estación en Xàtiva. Archivo de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles

La conclusión de las obras se vio retrasada por diversos sabotajes provocados por los carreteros que, con razones fundadas, temían que el tren les arrebatase su tradicional clientela, con actos que incluyeron el incendio de varios de los puentes de madera originales de la línea. Una vez reconstruidos los daños y finalizado el montaje del notable puente sobre el río Albaida, el 20 de diciembre de 1854 se procedió a la inauguración de los restantes 7.196 metros de vía que, desde esa fecha, unieron las estaciones de Manuel y Xàtiva. Un acontecimiento de esta entidad fue celebrado en consonancia, con dos trenes especiales que partieron a las diez de la mañana desde la estación de València hacia la capital de la Costera cargados de autoridades e invitados.

Tras la apoteósica inauguración, el 21 de diciembre de 1854 el ferrocarril de València a Xàtiva se abrió al servicio público con dos trenes en ambos sentidos, complementados por un corto entre la capital del Turia y Benifaió.
En la estación de Carcaixent el ferrocarril de València a Xàtiva enlazaba con la línea de vía métrica a Gandía y Dènia. Fotografía de Trevor Rowe. Archivo Euskotren/Museo Vasco del Ferrocarril

Columna vertebral de los ferrocarriles valencianos

El ferrocarril de València a Xàtiva pronto se convirtió en la columna vertebral de los ferrocarriles valencianos. Antes incluso de su terminación  sus promotores impulsaron su prolongación hacia el sur, en busca del ferrocarril de Madrid a Alicante, con el fin de tomar ventaja frente al Marqués de Salamanca en el control de las futuras comunicaciones entre Madrid y el Mediterráneo. Entre las opciones para esta ampliación, una de las que adquirió más relevancia fue la de seguir el valle del río Albaida, hacia Ontinyent y Bocairent, ruta que permitiría acercar el tren a una de las localidades más industriosas de la región, Alcoi. De hecho, el propio promotor de la empresa ferroviaria, José Campo Pérez, llegó a organizar actos de inauguración de las obras en las localidades de Bellús y Ontinyent los días 26 y 28 de agosto de 1852, sin siquiera haber obtenido la preceptiva concesión. Tal y como señalaba la Gazeta de Madrid del 5 de septiembre, esta situación provocó el “Real desagrado” de la monarca Isabel II quien, ordenándose en consecuencia la paralización de las obras.
Salida de la estación de Xàtiva. A la izquierda, la doble vía hacia València, a la derecha, la vía única a Alcoi. Archivo de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles

Finalmente, el marqués de Salamanca ganó la partida y, pese a la voluntad de José Campo, la nueva vía se construyó por el valle de Montesa, con un recorrido 20 kilómetros más corto que por Ontinyent, que sería inaugurado el 19 de noviembre de 1859. Cabe señalar que en los últimos 19 kilómetros, la nueva vía corría completamente paralela a la del ferrocarril de Madrid a Alacant, por lo que en 1864 se decidió levantar una estación en La Encina, punto en el que convergían ambos trazados, con el fin de facilitar las conexiones entre València y Alacant.
Tren de cercanías de la línea de València a Xàtiva. Fotografía de Peter Willen

Tras el ferrocarril de Almansa, otras líneas confluyeron también a la de València a Xátiva. El 8 de febrero de 1864 se inauguró el tranvía de motor de sangre que partía desde la estación de Carcaixent hasta Gandía, trayecto que en 1881 vería sustituidas las mulas por locomotoras de vapor y su recorrido prolongado hasta Dènia en 1884. El 19 de agosto de 1878 otro ferrocarril de vía métrica comenzó su andadura entre las estaciones de Silla y Cullera, trazado que en 1935 sería ensanchado y unificado al ancho de vía español. El 1 de diciembre de 1896 se inauguró un modesto tranvía de tracción animal entre la estación de Manuel y La Pobla Llarga y, finalmente, el 15 de abril de 1904 se completó la línea de vía ancha de Xàtiva a Alcoi.

125 ANIVERSARIO DEL FERROCARRIL DE VALLADOLID A ARIZA (I)

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MZA instaló la cabecera del ferrocarril de Ariza en la estación de Valladolid-La Esperanza, independiente de la terminal de Campo Grande de la Compañía del Norte. Fotografía de Pedro Pintado Quintana

Discretamente, casi a escondidas, sin los habituales discursos, banquetes y públicas manifestaciones de alborozo, el día de año nuevo de 1895 entró en servicio el ferrocarril de Valladolid a Ariza, la última gran línea construida por la poderosa Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, una de las principales empresas ferroviarias de la época.

Treinta años de proyectos

Como señala el investigador vallisoletano Pedro Pintado Quintana en su libro dedicado al ferrocarril de Valladolid a Ariza (Monografías del Ferrocarril Nº 3, 2001), esta línea contó con unos dilatados antecedentes. El primer proyecto conocido fue impulsado por el Diputado por la provincia de Valladolid Antonio Marqués y Rivas, quien, en 1863, solicitó la preceptiva autorización gubernamental para estudiar su construcción, lo que fue aprobado por el gobierno el 14 de diciembre de dicho año. Un año más tarde, el 27 de diciembre de 1864, el concesionario presentó el proyecto de la nueva línea, firmado por Mariano de Mas, con un desarrollo de 246 kilómetros y un plazo estimado para su construcción de tres años.
La principal estación en el recorrido del Valladolid-Ariza era la de Aranda de Duero. Archivo de Juanjo Bayo

Como otros muchos proyectos de la época, la propuesta de Antonio Marqués se perdió en una maraña de especulaciones, que dieron paso a nuevas iniciativas como la impulsada por Enrique Álvarez de Alba, quién en 1878 planteó la construcción de un ferrocarril económico de Valladolid a Calatayud, que tampoco llegó a materializarse. En la misma zona, el 10 de noviembre de 1880, Luis de Llanos y Anciso proyectó la implantación de un tranvía de Valladolid a Peñafiel sobre la plataforma de la carretera existente.

Un año más tarde, la sociedad del Crédito General de Ferrocarriles propuso nuevamente la construcción del ferrocarril de Valladolid a Calatayud por Soria. Ciertamente, la zona fue rica en ideas, ya que al mismo tiempo también se planteó otra línea desde Palencia a San Esteban de Gormaz, pero todas ellas parecían abocadas al fracaso. Mientras tanto, el 20 de diciembre de 1882 Antonio Marqués obtuvo la concesión definitiva, según proyecto redactado por el ingeniero francés Pablo Boucher de la Martinière y el 14 de octubre de 1883 fundó la Compañía del Ferrocarril del Duero, a la que transfirió sus derechos el 13 de febrero de 1884.

La nueva sociedad tampoco fue capaz de reunir los recursos financieros necesarios para emprender las obras, por lo que tras solicitar sucesivas prórrogas y realizar rocambolescos cambios de mano, el 2 de mayo de 1891 la concesión fue adquirida por la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA), que abonó por ella 185.036 pesetas. Poco después, para hacer frente a los gastos de su construcción la poderosa empresa ferroviaria emitió 25.000 obligaciones hipotecarias de 500 pesetas nominales.
En la estación de Ariza, la línea de Valladolid entroncaba con la de Madrid a Zaragoza. Fotografía de Pedro Pintado Quintana

La dura pugna con la Compañía del Norte

El hecho de que MZA se interesase por un ferrocarril del que, en principio, no se esperaban grandes resultados, se enmarcaba en la dura pugna que mantenía esta empresa con su gran rival, la Compañía del Norte, por dominar el panorama ferroviario español. Ambas empresas operaban las dos redes ferroviarias más extensas del país, ligeramente superior la de Norte, que en el momento de su integración en Renfe disponía de 3.822 kilómetros, mientras que MZA explotaba otros 3.670 kilómetros. Aunque en muchas ocasiones llegaron a acuerdos para repartirse mercados e incluso territorios de influencia, en otros momentos defendieron sus propios intereses.
Sencillo edificio de la estación de Coscurita (Soria). El único que no seguía la tipología de los edificios de la línea ya que esta estación era compartida con la del Ferrocarril de Torralba a Soria. Fotografía de Pedro Pintado Quintana

Como señala en su obra Pedro Pintado, ya en 1865 MZA había acordado con las compañías de Zaragoza a Pamplona y de Tudela a Bilbao ofertar tarifas más ventajosas a los transportes de mercancías desde Madrid al puerto del Nervión, frente a la alternativa de Norte, empresa que vio como en un año se redujeron a la mitad sus beneficios en este trayecto. La situación solamente se solventó tras la firma de un acuerdo para el reparto del tráfico entre ambas empresas y, además, en 1878, Norte se hizo con el control de las líneas de Zaragoza a Pamplona y de Tudela a Bilbao, con lo que pudo conjurar definitivamente el peligro.

Tras varios años de concordia, en 1890 volvieron a estallar las hostilidades entre las dos empresas, interesadas en tomar el control de dos compañías que operaban en el corredor Mediterráneo, por una parte, la de Almansa a Valencia y Tarragona y, por otra, la de Tarragona a Barcelona y Francia. Aunque en principio parecía que ambas caerían en la órbita de Norte, una rápida maniobra de MZA hizo que finalmente ésta adquiriera el ferrocarril de la frontera.
Vista de la estación de Valladolid-La Esperanza durante su construcción. Foto de A. Eguren. Archivo de Pedro Pintado Quintana. FFE-MFM

Es en el marco de estas hostilidades cuando el ferrocarril de Valladolid a Ariza adquiere para MZA un valor estratégico. Con la nueva línea, seria posible reducir en un 18% la distancia entre Valladolid y Zaragoza y en otro 12% la existente entre la capital castellana y Barcelona respecto a las líneas operadas por Norte, lo que resultaría un factor clave para conquistar un tráfico de gran interés, hasta entonces dominado en exclusiva por su rival: el transporte de los cereales de la Tierra de Campos a las grandes factorías harineras de Catalunya. A esta ventaja se unía un importante factor propagandístico: implantar su presencia en el indiscutible bastión de la Compañía del Norte, la ciudad de Valladolid, en la que se asentaban sus talleres principales.

En este contexto, Norte tal vez no fue suficientemente consciente del valor estratégico de la línea de Valladolid a Ariza, a la que juzgó como un mal negocio al atravesar en su recorrido tierras poco pobladas y con escasa capacidad para generar más tráfico que el que se pudiera arrebatar en el tránsito por su red principal. De este modo, aunque su accionista más destacado, el Crédito Mobiliario Español, llegó a negociar con la Compañía del Ferrocarril del Duero el traspaso de la concesión, finalmente dejó que ésta terminara en manos de su rival.
Uno de los dos únicos túneles de la línea era el de “la Divisoria”. Fotografía de A. Eguren. Archivo de Pedro Pintado Quintana. FFE-MFM

MZA, interesada más en esta línea como modo de presionar a Norte en la búsqueda de acuerdos favorables a sus intereses en el reparto del mercado en el noreste español, que en la propia productividad del trazado, emprendió de inmediato las obras de construcción del ferrocarril de Valladolid a Ariza que, tras diversas modificaciones y replanteos del proyecto, tendría finalmente una longitud de 254 kilómetros. El 12 de diciembre de 1892 se iniciaron los trabajos, bajo la dirección del ingeniero Eugène Simón.

Las obras se desarrollaron con notable celeridad, favorecidas por un trazado que no presentaba excesivos accidentes orográficos al seguir el valle del Duero en buena parte del recorrido. La rampa más dura se encontraba entre Coscurita y Alentisque, con gradientes máximos de 15 milésimas, y con ella se superaba la divisoria entre el Duero y El Ebro. Tan solo fue necesaria la perforación de dos pequeños túneles, uno de 255 metros en San Esteban de Gormaz y otro, de tan solo 145 metros, en la divisoria de Alentisque.
Puente sobre el Duero situado en el kilómetro 65,594. Fotografía de A. Eguren. Archivo de Pedro Pintado Quintana. FFE-MFM

Más numerosos fueron los puentes de la línea, todos de estructura metálica, diseñados por el ingeniero alemán Théophile Seyring y construidos en Bizkaia por la Sociedad Anónima Vasco-Belga en sus Talleres de Miravalles. De entre los 11 puentes con más de 25 metros de longitud, cinco, todos ellos de 61,2 metros de luz, superaban en diversos puntos el cauce del río Duero, mientras que otros cuatro cruzaban sus afluentes Duratón, Riaza, Rejas y Ucero. Otros dos tramos, de 26 metros cada uno, atravesaban los cauces de dos afluentes del Ebro; Reajo y Nájima.

En julio de 1893 se emprendió el tendido de los primeros tramos de vía, mientras se acercaba inexorable el plazo final para la conclusión de las obras que, según la última prórroga otorgada por el gobierno el 11 de junio de 1893, debería estar concluida a finales de 1894. De ahí que la inauguración del 1 de enero de 1895, además de discreta, fuera un tanto precipitada y provisional, con el fin de cumplir con lo estipulado en la concesión, aunque todavía faltaba construir algunos elementos tan importantes para la explotación como las tomas de agua que requerían las locomotoras de vapor.
Cocherón de la reserva de Ariza. Fotografía de A. Eguren. Archivo de Pedro Pintado Quintana. FFE-MFM

Un ferrocarril modesto

No tuvo que esperar mucho MZA para alcanzar el objetivo que se había planteado al hacerse cargo de la concesión del ferrocarril de Valladolid a Ariza. Cuando justo se había cumplido su primer año de actividad, la empresa del Mediodía pudo firmar un convenio, muy ventajoso para sus intereses, con el que se repartía equitativamente con la Compañía del Norte los productos del tráfico ferroviario entre Valladolid, Zaragoza y Barcelona. Éste era el verdadero interés y, en consecuencia, MZA prefirió cobrar las rentas que le correspondían, mientras que la mayoría de los trenes de mercancías entre Castilla, Aragón y Catalunya seguían circulando por las vías del Norte.
El único depósito de locomotoras de vapor del Valladolid-Ariza se situó en Aranda de Duero. Fotografía de Fernando Fernández Sanz

Buena idea de la marginalidad del ferrocarril de Valladolid a Ariza la aportan los resultados de sus primeros años de explotación. Por si sola, esta línea suponía el 11% de la extensión de la red ferroviaria de MZA, pero en 1900 apenas registró poco más de 100.000 viajeros lo que únicamente suponía el 2,7% del tráfico de la empresa del Mediodía. En cuanto a los ingresos totales generados por el transporte de viajeros y mercancías, éstos únicamente suponían el 1,21% del total de la compañía. La desproporción entre la envergadura de esta infraestructura y sus rendimientos resulta evidente. Además, el servicio de pasajeros era meramente local, sin que se aprovechase su infraestructura para el establecimiento de circulaciones transversales entre Valladolid, Zaragoza y Barcelona, aunque los dos únicos trenes diarios ofrecían enlace en Ariza hacia la capital aragonesa o a Madrid.
Aranda de Duero fue la estación de mayor tráfico de toda la línea, si se exceptúa la de Valladolid. Fotografía de Fernando Fernández Sanz

Durante la Guerra Civil el ferrocarril de Valladolid a Ariza salió temporalmente de su atonía, al adquirir un notable interés estratégico. Por una parte, era la única línea de MZA situada íntegramente en territorio rebelde, por lo que sus rectores decidieron establecer la dirección provisional de la compañía en su estación de Valladolid, ciudad desde la que los franquistas controlaban todos los ferrocarriles en su territorio. Por otra, su carácter trasversal le proporcionó un notable protagonismo en el transporte de tropas y pertrechos sobre todo en dirección al frente de Teruel y al del Ebro. Durante los tres años del conflicto, sus descuidadas instalaciones fueron sometidas a una dura prueba que dejó notables secuelas en su infraestructura.

Finalizada la guerra, la línea de Valladolid a Ariza retornó a su monótona existencia, rota en 1948 por una gran novedad: el paso del primer servicio transversal de viajeros por sus vías. Se trataba, ni más, ni menos, que del mítico «Shangai Exprés», tren directo de Barcelona a Vigo y A Coruña, que realizaba un recorrido de 1.483 kilómetros, para el que requería más de cuarenta horas, ocho de ellas para recorrer el tramo de Valladolid a Ariza.
Hasta el final de sus días, la seguridad del ferrocarril de Valladolid a Ariza estuvo encomendada a primitivas señales mecánicas, como este semáforo de la estación de Tudela de Duero. Fotografía de Pedro Arranz del Pozo

En 1968 el servicio se incrementó con un automotor diésel TAF que cubría la relación de Valladolid a Zaragoza, pero un año más tarde, el Valladolid-Ariza dejó de ser testigo del paso del mítico «Shangai Exprés», desviado por la ruta tradicional de la antigua Compañía del Norte por La Rioja, más larga, pero con mejor infraestructura, lo que le permitió mejorar su tiempo de viaje. En esta misma época, una de sus principales estaciones, la de Aranda de Duero, se convirtió en nudo ferroviario, tras la inauguración, el 4 de julio de 1968, del ferrocarril directo de Madrid a Burgos, aunque este hecho apenas aportó más tráfico.

El servicio de viajeros todavía experimentó algunas tímidas mejoras, como la sustitución, en 1976, de los trenes TAF por los más modernos TER que, además, ampliaron su recorrido, cubriendo por el Valladolid-Ariza la relación entre Salamanca y Barcelona. Anteriormente, los ferrobuses habían sustituido a los últimos trenes de vapor y éstos, a su vez, fueron reemplazados por los automotores de la serie 592, popularmente bautizados como «camellos», que cubrían toda la línea en poco más de cinco horas y media.
A finales de los años sesenta la tracción vapor fue sustituida por la diésel. Fotografía de Javier Roselló Iglesias

En todo caso, estas pequeñas mejoras no pudieron frenar la inexorable agonía del ferrocarril de Valladolid a Ariza, en el que apenas se habían realizado mejoras en sus infraestructuras. Los trenes seguían circulando por los viejos carriles montados en 1894, ya desgastados y débiles, por lo que las limitaciones de velocidad penalizaban irremediablemente las prestaciones de los nuevos trenes. Incapaz en esas condiciones de competir con la carretera, el reducido tráfico de la línea la hizo altamente deficitaria y, en consecuencia, el gobierno decidió suprimir el servicio de viajeros a partir del 1 de enero de 1985, día en que habría cumplido sus noventa años de existencia.

Pese a la supresión del servicio de viajeros, la línea todavía registró cierto tráfico de mercancías, como los trenes de cereales que diariamente enlazaban Peñafiel y Berlanga con Aranda o los que desde esta ciudad transportaban arena a Catalunya. Sin embargo, el 26 de julio de 1993, el Comité de Dirección de Renfe acordó cerrar definitivamente la línea, salvo los pequeños tramos de Valladolid al apartadero de La Carrera, que da acceso a la factoría de Fasa-Renault en la capital castellana y la conexión de la estación de Aranda con el cargadero de Michelín. Unos años más tarde, en el 2000, las obras del AVE de Madrid a Barcelona implicaron la reapertura de un pequeño tramo de seis kilómetros entre Ariza y Monteagudo, por el que se transportó balasto para el nuevo ferrocarril.
Un moderno tren TER atraviesa el paso a nivel del Enebral, en las proximidades de San Esteban de Gormaz. Fotografía de Fernando Fernández Sanz

En la actualidad, parte de la antigua vía del ferrocarril de Valladolid a Ariza ha sido levantada, mientras que únicamente el tramo entre Valladolid y el apartadero de La Carrera registra tráfico de mercancías para atender la demanda de la factoría de Renault. Asimismo, la Agrupación Ferrocarriles del Duero alberga proyectos para poder recuperar algún trayecto en el que pueda circular un tren histórico con tracción vapor.

 


165 AÑOS DEL FERROCARRIL DE VALÈNCIA A XÁTIVA (II)

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DOMINGO CARDENAL GANDASEGUI (Vitoria/Gasteiz, 4 de agosto de 1825, Barcelona, 9 de febrero de 1901)

El vitoriano Domingo Cardenal Gandasegui fue, junto al irlandés James Beatty, uno de los más destacados ingenieros en la aventura del ferrocarril de València a Xàtiva. Hijo del riojano León Cardenal del Campo y de la gasteiztarra Martina Gandasegui, vino al mundo en la capital alavesa el 4 de agosto de 1825.

Tras cursar sus estudios primarios y secundarios en Vitoria, decidió continuar su formación en la Escuela de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, en tiempos en los que esta institución académica era dirigida por Juan Subercase Krets, quien más tarde formaría parte de la Junta de Gobierno de la primera empresa promotora del ferrocarril de Madrid a València.

En 1844, Domingo Cardenal fue nombrado aspirante de segunda clase del cuerpo de ingenieros, con un sueldo de 5.000 reales de vellón. Dos años más tarde ya alcanzó el rango de ingeniero de segunda, con un sueldo de 9.000 reales y destino en València, donde realizó diferentes proyectos para la Diputación. Asimismo, trabajó en diversas obras de regadíos, como la acequia de Sollana, así como presas y derivaciones de la acequia Real del Júcar. También participó en la construcción de carreteras, como la de las Cabrillas, de Cuenca a Minglanilla, incluido el puente sobre el Xúquer.

Tras el éxito de los proyectos realizados, Domingo Cardenal fue fichado por José Campo, quien en mayo de 1851 solicitó la preceptiva dispensa al Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas del que dependía el facultativo alavés.

Domingo Cardenal trabajó junto al ingeniero irlandés James Beatty en la etapa más activa de las obras del ferrocarril del Grao de València a Xàtiva y sus futuras prolongaciones, como es el caso de su continuación a Almansa, diseñando sus infraestructuras y también los edificios de las estaciones. Al respecto, la historiadora Inmaculada Aguilar resalta su carácter modular, que permitía la realización de futuras ampliaciones, lo que ha contribuido a que muchas de ellas todavía perduren.

En 1853 Domingo Cardenal fue ascendido a ingeniero de primera, con un sueldo de 12.000 reales. Poco después fue contratado por la empresa Girona Hermanos Clavé  Compañía, firma muy vinculada a la historia de los primeros ferrocarriles de Catalunya, con un propósito alejado de las vías férreas, pero en el que le sería de gran utilidad la experiencia que había adquirido en los regadíos valencianos: la construcción del canal de Urgell. En consecuencia, trasladó su residencia familiar de València a Agramunt, donde residió mientras realizaba la obra más destacada de su carrera profesional: la denominada mina de Montclar, un túnel perforado entre 1853 y 1861 de 4.917 metros de longitud, lo que en la época lo convirtió en el mayor de España y uno de los más largos del mundo.

Tras concluir las obras del canal, se constituyó una sociedad explotadora con sede en Mollerussa, según proyecto del propio Domingo Cardenal, quien dirigió la empresa hasta el año 1887. En 1900 publicó la obra Apuntes Históricos en la que narraba  las vicisitudes que rodearon la construcción del canal y su posterior explotación.

Domingo Cardenal falleció en Barcelona el 9 de febrero de 1901. Su destacada actividad en la construcción del canal de Urgell, fundamental para el regadío y la consiguiente riqueza de amplias comarcas de Lleida le hicieron acreedor del homenaje popular, que todavía hoy en día se constata con calles que llevan su nombre en Mollerussa, Bellvís, Golmés, La Fuliola, Berbens, Juneda, Linyola, El Poal y Torregrossa.

 
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